jueves, 13 de agosto de 2020

RETALES



Entregó su alma a quien no debía, pero era demasiado tarde para enmendar su error. Las cicatrices tatuaban cada centímetro de su piel, ya no había cabida para nuevas heridas, ni un resquicio donde colocar más tiritas. Ya no le dolían, tan sólo el recordarlas la entristecía. Cada reproche, cada insulto, cada mentira. Cada promesa, cada beso, cada “eres mía”. Aquella vez que recibió un guantazo porque decía que se lo merecía; que ni era tan buena ni tan bella, que de nada servía. Quién la iba a aguantar. Quién se iba a fijar en ella si pasaba desapercibida. Se había convertido en su perra. Su esclava. Su segundo plato cuando le apetecía. Ya no había vida en su mirada, nada la motivaba. Guardada como un retal la mantenía escondida, y sin embargo, no la dejaba ir. Se sentía usada, humillada. 
Ya no recordaba aquellos maravillosos momentos en los que la hacía sentir especial, querida. No reconocía a la persona de la que se enamoró en su día. Se sentía apagada, perdida. Con la cadena aun apretándole su débil cuello observó cómo a otra su amor prometía. Delante de ella, entre risas, mientras se atragantaba con sus propias lágrimas inicuas. Sé feliz con mi felicidad. Deja de llorar y de gritar, si tanto me amas deberías alegrarte por mí, le decía. Y así murió su mayor error, ese monstruo que no conocía. Recuperó su alma y su sonrisa. Y aunque no logró enmendar su error, le sirvió para no enamorarse de retales de fantasías, porque cuando las promesas no se cumplen se convierten en mentiras.