miércoles, 22 de abril de 2015

Juventud

El día de hoy me huele a otoño de 1995, a pesar de que estemos a primavera de 2015. Será el cielo encapotado, el olor de la humedad en el ambiente, la brisa fresca que me acaricia mi nuca, la soledad en mi habitación o las margaritas rojas que se están marchitando en el balcón. No puedo explicar esta sensación que irrumpe en mis sentidos,  sólo sé que huelo a 1995.
Este pequeño déjà vu olfativo me mantiene inquieta. Quizás intente decirme algo, o tal vez quiera recordarme cuánto he cambiado desde entonces. De igual modo, sigo sin encontrar respuesta a este olor anodino que embriaga con fervor mi rutina diaria, y es que lleva toda la semana rondando por el ambiente. No importa el sitio ni el momento; él está ahí, pendiente de mí, intentando hacerme llegar un mensaje que no puedo ver ni escuchar, tan solo sentir en el silencio del bullicio.
He pensado que quizás las horas se me estén escapando de entre los dedos. He agotado veinte años de mi juventud, años que no se recuperan y que regresan a mi memoria para torturarme con sus recuerdos. Puede que no haya hecho un buen uso de esa etapa que está por cerrar, aunque lo más seguro es que no la haya aprovechado como es debido, sin embargo, eso no resta que haya aprendido en base a mis errores, sacrificios, decepciones y virtudes. He aprendido a aprender, pues quien cree que sabe mucho de todo en realidad sabe poco de nada. Está finalizando mi juventud y aún me queda por aprender todo de mucho. 

martes, 7 de abril de 2015

Sin rencores

La vida está llena de experiencias, todas constructivas pero no por ello positivas. Nadie dijo que madurar fuese fácil, pero tampoco podemos enfrentarnos a ella como si se tratase de una encrucijada. Todos hemos sufrido un desengaño amoroso, la pérdida de un ser querido, una discusión acalorada con nuestros padres, el rechazo de un grupo social, el menosprecio de un conocido y la decepción del que pensábamos que era nuestro mejor amigo. Momentos desagradables pero necesarios que nos enseñan a resolver conflictos; unos los resolveremos a base de llorar y aguantar el dolor, otros apoyándonos en el hombro de un amigo con un pensamiento más objetivo, en ocasiones simplemente llegaremos a la conclusión de que hay gente que no nos valoran, otras veces admitiremos nuestros propios errores, pediremos perdón, sabremos perdonar y dialogaremos con esa persona para solucionar el problema. Todo consiste en no huir, debemos ser fuertes aunque la situación nos supere. De nada sirve vivir con miedo, y mucho menos con odio, estas actitudes nos llevan a un malestar constante y nos impiden afrontar los problemas con sabiduría. Es mejor sentarse a hablar y saber perdonar que vivir con la sensación de qué hubiese pasado si hubiéramos hecho algo para intentar solucionarlo. La vida es demasiado corta para andarse con lamentaciones y reproches, somos un suspiro en el tiempo y tenemos que aprovechar la oportunidad que se nos ha dado.  No seamos esclavos de nuestra mente. Vivamos sin rencores.