Un día cualquiera. Un infortunio inesperado. Una
consecuencia irreversible.
Tras las nubes un sopor, un silencio sepulcral que cubre los cielos de
tóxico carbón; una sustancia negra que oculta entre sus tripas la maldad de un
destino aterrador. Tras el silencio una inundación de lágrimas ensangrentadas
que buscan consuelo mientras sus vidas les han sido arrebatadas. Elipsis.
Confusión. Un olor anodino que cubre el amargo letargo de los allí presentes en
cuerpo pero ausentes en alma. El Sol huye de tan escena macabra. Ya no hay
besos. No hay caricias. No hay abrazos. No hay más risas ni reencuentros en ese
lugar sagrado. No hay más ilusiones en un trayecto que se ha vuelto maldito
para los que residen postrados. Sólo quedan tumbas que decoran lo que un día
fue un sitio para encontrar la espiritualidad de uno mismo, ahora solo quedan
los despojos de historias que fueron interrumpidas en el inicio de su novela.
Decenas de libros que no podrán continuar con su narración, no les quedan
páginas que rellenar, el incidente arrancó sus hojas de cuajo sin otorgarles una oportunidad. Únicamente el abrupto final quedará para la posteridad y la firma
de cada uno de los escritores permanecerán grabadas en los raíles de aquella
Tierra Santa. Adiós a parte de nuestra historia, una despedida a todas esas personas que un día llenaron de vida los
rincones de nuestra hoy triste España.