miércoles, 22 de febrero de 2012

Mi pequeño olvidado

Era joven y como cualquier chico de su edad sus ansias de popularidad eran obvias; necesitaba eludir el control de sus creadores, apelaba a los brazos de su mejor amigo cuando todo le abrumaba, callaba sentado para evadirse de la ignorancia de sus allegados, reprimía la caída de sus lágrimas por simple orgullo, se escondía tras la puerta de su habitación cuando sentía que pasaban de él, exageraba su entusiasmo para llamar la atención de aquellos que un día lo olvidaron. Quiso ser inmune a la ignorancia, creyó ser imprescindible para aquellos que lo rodeaban, no le bastaba con ser importante para las personas que lo respetaban, quería ser importante para todos, incluso para los que se burlaban de él y lo rechazaban. Olvidó que el amor había que sentirlo y crearlo, que había que donarlo y regalarlo, olvidó cuidar de la gente que lo amaba, olvidó regar su propio jardín.
Su rebeldía aumentó. Rompió los sueños de la que un día lo amó, derribó castillos hechos con piezas de su pasado, insultó a su persona y repudió sus raíces, cortó con tijeras el hilo que lo unía a las cosas buenas de la vida, dejó de ser él. Su carencia se acrecentó. Todo lo que hacía para estar más cerca de sus iguales contradictoriamente lo alejaba de ellos, los abrazos desaparecieron, ya nadie le reía las gracias, los elogios destacaban por su ausencia y la soledad comenzó a ser su única acompañante en las noches más frías. Se sentía solo en un mar de incertidumbre, no sabía llegar hasta la orilla de la verdad y su desorientación se incrementaba por segundos, pensó que nada tenía que hacer y que nada podía hacer por salvar lo poco que quedaba de él, estaba perdido.
Intentó buscar el camino de vuelta a sus orígenes, pero todo fue en vano. Perdió el sentido de la cordura, perdió el respeto de los demás, se alejó de los suyos y se acercó a la oscuridad. Se hizo amigo del hastío, amante de la desesperanza, compañero de la represión, marido de la desolación, se refugió en el polvo de su propia miseria y se dejó dominar por el insomnio.
Las noches que pasó en vela las dedicó a ver y reconocer sus propios errores; no había sido honesto consigo mismo, no había valorado todo lo que había poseído, no respetó a nadie y tampoco nadie lo había apreciado porque no dio la oportunidad de que lo conocieran tal y como era, se había convertido en un baúl cerrado que ni él mismo podía abrir para descubrir lo que guardaba en su interior. ¡Mandita sea! Ahora se arrepiente de todo el tiempo que dejó escapar entre sus manos y que hubiese sido suficiente para encontrar un halito de esperanza entre tanta confusión, pero el tiempo que perdió no lo supo recuperar. Ahora ha vuelto a la auténtica realidad, a la realidad de los seres vivos; ha descubierto quién es, su corazón deja de latir y muere de pena al recordar que todo lo que había vivido había sido una utopía, no era más que un triste juguete roto que un día olvidaron jugar con él y que soñaba que podía respirar y hablar, que soñaba que tenía corazón y que podía amar.

Mi pequeño olvidado, el amor estaba en ti porque sentías la necesidad de amar y ser amado, estabas vivo en tu interior porque simplemente sentías como los humanos.