viernes, 31 de mayo de 2013

Allí donde quiera que estés

Agudicé mis sentidos tras ver como te marchabas de mi vida. Una noche estaba a tu lado comentándote qué tal me había ido el día de Reyes y a la mañana siguiente asistía a tu funeral. No supe lo que era el dolor hasta que te perdí. Si hubiese estado allí, si tan solo me hubiese quedado un rato más quizás aún estarías aquí, preparándome tus ricas croquetas y regañando al gato por subirse a la encimera y meter el hocico en la sartén. 
Recuerdo el teléfono sonar a las siete de la mañana y mi madre echar a llorar; aquella llamada no presagiaba nada bueno. Tres minutos después, y sin más explicación que la de "vístete", comencé el camino hacia tu despedida con la única compañía de mi sombra, esa mancha oscura que me hacía sentir más pequeña que de costumbre. Quería creer que se trataba de una broma macabra o que estaba dentro de una pesadilla de la cual no podía despertar.
Aquella escena me resultaba violenta y repetitiva; decenas de personas acuñadas en tu casa y dándome el pésame, ¡pero cómo se atreven! ¡No estás muerta! ¡Si hace un par de horas estaba contigo charlando tranquilamente y recibiendo tu regalo! Entré corriendo a la cocina con la ilusión de verte allí, en tu lugar favorito, pero no había nadie, sólo tu gato negro que parecía perder el aliento por momentos, de hecho, a los dos días cayó enfermo y simplemente desapareció. Me dirigí hacia el salón con la esperanza de que estuvieras echando una cabezada en el sofá mientras emitían en la televisión tu telenovela preferida, pero en su lugar encontré a mi abuelo echo un mar de lágrimas y rodeado de personas extrañas. Recuerdo que me quedé estupefacta. Salí de aquél sitio conteniendo las lágrimas en mis pestañas y disimulando que comenzaba a admitir la realidad. Ya no estabas.
Los días posteriores los pasé confundiendo a las abuelas de mis amigos contigo, no se parecían en nada a ti pero las veía de lejos y me imaginaba que eras tú, que venías para darme un abrazo y decirme que todo estaba bien. Te veía por todas partes; en la cola de la carnicería, esperando el autobús del imserso, caminando por el paseo marítimo e incluso en los telediarios que hablaban de la tercera edad. El duelo no se me estaba antojando fácil y mi mente tampoco es que ayudara, solo quería volver a abrazarte.

Ya han pasado siete años desde que me dejaste y sigo echándote de menos. En ocasiones te veo por el barrio hablando con tus amigas, aunque soy consciente de que es  producto de mi imaginación, una alucinación que me sigue recordando que un día estuviste aquí. No hay día que no lamente el no haberte dicho lo que sentía en vida, no tuve tiempo para despedirme en condiciones, no sabía que te irías sin avisar. 
A pesar de la distancia que nos separa, y a pesar de que ya sea demasiado tarde, quiero que sepas que te amo mucho y que no hay día que no me acuerde de ti. Fuiste como una segunda madre para mí; crecí en tu casa, almorzaba, merendaba y cenaba, me llevabas a la escuela, pasaba todas las tardes en tu casa (era como un sitio de reunión donde todos los familiares pasábamos largas horas allí metidos), siempre estaba en tu calle jugando con el resto de tus nietos y salías para decir "Tened cuidado con los coches y no habléis con desconocidos". Nunca imaginé que te fueses tan pronto. Aún se me ponen los ojos llorosos al recordarte, pero sé que allí arriba por fin eres totalmente feliz y que estás descansando en paz al ver la gran familia que has logrado construir, porque únicamente tú podías ser capaz de traer al mundo a una familia tan maravillosa como la mía.

Gracias por ser mi abuela y gracias por cuidar de todos nosotros allí donde quiera que estés. 

lunes, 20 de mayo de 2013

La pereza de la muerte

Una mañana, tras mucho reflexionar, dejé mi estúpido trabajo, me cansé de la monotonía que provocaba en mi mente. Como consecuencia de esta renuncia decidí renegar de mi imperiosa vida; demasiadas obligaciones que resultaban ser poco fructíferas. 
Transcurrida una semana, y tras probar el placer de la desidia,  deserto de cualquier acción que me lleve a levantarme de esta cama corroída por las termitas. Me siento bien sin hacer nada, quiero dormir y disfrutar de este sosiego que me embriaga.  
Pasan las horas y el teléfono no deja de sonar, una semana sin desempeñar mi función y ya me echan de menos. El mundo se está volviendo un completo caos mientras yo permanezco postrada entre almohadas y cuento los días que faltan para desintegrar el material del que estoy hecha, lástima que ya esté muerta.
Desde mi ventana puedo ver los estragos que ha ocasionado mi pereza; los muertos no mueren, la locura aumenta y las guerras no cesan. En tan solo un mes la humanidad ha desaparecido y únicamente quedo yo, La Muerte. He acabado con la creación de mi padre que tan vehemente erigió durante seis largos días, y ahora heme aquí, arrepentida y llorando de tristeza aunque de mis vacías y oscuras cuencas no caigan lágrimas. 

miércoles, 8 de mayo de 2013

Carta de amor - Un marido fiel

A la atención de Mª Azucena Ramírez 
C/ Garcilaso de la Vega, nº 2 
CP/ 45002, Toledo 

Querida Azucena, hoy te escribo con lágrimas en los ojos para anunciarte que debemos anular nuestro compromiso como pareja, no así como grandes amigos.

Siempre fui un fiel creyente y defensor de la monogamia; rehusaba de cualquier tentación carnal fuera del matrimonio y juzgaba a todo aquel que caía en el pecado de la infidelidad. Desconocía los motivos que inducían al adulterio, aunque tampoco me interesaba conocerlos ya que no concebía base empírica para dicho engaño.
Mi idiosincrasia se desmoronó cuando una mañana vino a mi consulta psicológica un paciente de personalidad imperiosa que mostraba una conducta obsesiva y/ o exacerbada hacia el sexo, que bien podía ser satiriasis. Durante la hora y media que duró la entrevista los fundamentos de mi cliente lograron nublarme la cabeza; ¿por qué reprimir los impulsos sexuales cuando es parte de nuestra naturaleza? ¿Quién me obliga a acostarme únicamente con mi esposa? ¿Debo probar otros platos del menú? ¿Por qué no llevar a la práctica mis deseos más íntimos?
Aquel día no pude pensar en otra cosa, llegando al punto de mostrar interés por otras mujeres. Comencé a ver a mi secretaria desde una perspectiva diferente; aquella falda entubada dejaba entrever su silueta de infarto, me apetecía sentir sus voluptuosos senos presionar mi pecho. Su mirada, sus labios carnosos y su perfume llamaban a mi puerta, deseaba hacerla mía. Cuando llegué a casa me fijé en la hermosa doncella que teníamos, jamás le había prestado atención; su tez morena acompañada con esa voz melosa encendía todos mis sentidos, ¿por qué no mancillarla sobre la mesa de la cocina? Salí a la calle para airear mis ideas, pero todo fue en vano. Bellas damas contoneaban sus encantos mientras yo permanecía sentado en un banco absorto ante la larga cola de pretendientas que podía llegar a tener. Por momentos me sentí tentado de visitar el burdel de la capital, sólo por curiosidad, pero mi estricta moralidad me llevó a regresar junto a ti, mi ferviente y amada esposa.

Amor, quiero que sepas que te he respetado vehemente durante estos catorce años de casados; solo he tenido ojos para ti y nuestros seis hijos así lo demuestra, no obstante, dejé pasar algo por alto; mi frívola y auténtica naturaleza. Siempre he mantenido una relación cordial a la vez que distante con nuestras amistades femeninas, este apego evitativo podría pasar desapercibido si no fuese porque se debe a mi temor de romper el séptimo mandamiento, es decir, no soy fiel porque así lo desee, lo soy porque me lo han impuesto mis creencias. No quiero negar lo evidente; es un hecho que te ame con locura, pero también es una realidad que quiera probar las dulces mieles con las que me deleita la vida, la carne es débil y más siendo hombre.

Pese a la frialdad que falsamente puedan reflejar mis palabras, me ha resultado tremendamente doloroso tomar esta dura decisión. No es fácil alejarse de tu alma gemela, no es fácil desprenderse de una parte de tu ser, sin embargo, te amo demasiado como para hacerte daño; sé que tarde o temprano sucumbiré a las delicias de alguna meretriz de la alta estulticia y no quiero llenar nuestro matrimonio de mentiras e infidelidades, no te mereces eso. Deseo que ambos exploremos otros rincones que nos aporten sabiduría y bienestar, solo se vive una vez y no debemos aferrarnos a la tediosa y vacua monotonía.

Acabo esta carta pidiéndote disculpas por mi desfachatez y por el sufrimiento ocasionado. Sólo puedo decir a mi favor que, aunque no comprendas mi postura, lo hago por ti; deseo tu completo bienestar y yo, en estos momentos, no te lo puedo proporcionar. Quiero que seas feliz.

De Talavera para Toledo, a 14 de febrero de 1952.

Espero y deseo que esta confesión no rompa nuestra estrecha amistad. 
Te ama por siempre.

Fdo: Un marido fiel.