domingo, 16 de mayo de 2010

Quise ser

Quise ser un pájaro para volar a través del viento, pero mis alas se rompieron y caí. Mientras caía quise ser un paracaídas para evitar estamparme contra el suelo, pero no se abrió. A medida que iba descendiendo vertiginosamente soñé con convertirme en una pluma y así deslizarme suavemente por el aire, pero como dije mi sueño en voz alta no se cumplió. Seguí cayendo sin freno alguno y quise transformarme en un globo, pero se cruzó por mi camino un pájaro que incrustó su pico en el material del que estaba hecho. Desinflado continué mi descenso y quise ser un pez, diréis que los peces no vuelan pero sí nadan, caí en el mar.
Comencé a nadar para llegar a la orilla, pero un calamar gigante me abrazó con sus tentáculos obstaculizando mi camino y quise ser un tiburón. De un bocado me liberé y con la tripa llena seguí mi camino en busca de lo que verdaderamente quería ser.
Una sombra repentina invadía mi espacio personal, era una ballena y quise convertirme en un cazador furtivo. Arpón en mano me dispuse a cazar a ese gran mamífero de los mares, pero me compadecí de él, era un ser tan maravilloso que no debía desaparecer simplemente para alimentar la gula de los más afortunados.
Unas millas más adelante, cuando ya por fin podía ver la costa, me disfracé de buceador y me volví a sumergir en lo más profundo de las aguas heladas. Buceé y buceé hasta llegar a la orilla, ¿y ahora qué?
Quise ser una estrella de mar y fui recogida por un niño de cinco años. Me transportaron en un cubo de agua salada y me echaron en una pecera junto con tres peces de colores. Aquello era demasiado aburrido. No podía moverme. Sólo podía observar. Quise ser uno de esos peces llamativos, de esa forma al menos podía nadar, pero el espacio era muy reducido. Desde la cristalera podía contemplar el jardín, estaba repleto de rosales y quise ser una de aquellas rosas tan hermosas.
Apenas pasaron unos días, si acaso una semana, y ya me había hecho mayor justo cuando comenzaba a disfrutar de mi metamorfosis. Se acercó una niña de cabellos dorados y sonrisa inocente con unas tenazas, sólo sentí el frío metal en mi cuerpo, morí y caí.
Quise ser tantas cosas que cuando fui lo que quise ser, había pasado demasiado tiempo. ¿Quién soy?

viernes, 14 de mayo de 2010

Necesidad de amar


No supe escribir nada alegre. Lo siento, se me escapó una lágrima.

Entre emociones confusas navego al compás de ilusiones y decepciones. No sé si reír o llorar, gritar o cantar, claudicar o luchar, no sé cómo reaccionar ante la vida.

Vacía. Buscando por los archivos de mi sistema límbico me percaté de que estaba vacío. Aún no habían llegado documentos sobre enamoramientos fortuitos, verdaderos. En el último estante encontré un informe, el único, hablaba de la necesidad de amar. Nunca había estado enamorada, si acaso ilusionada, confundida. Confundí la necesidad de sentir qué amaba a alguien con el verdadero amor; Ese que te hace sentir mariposas en el estomago cada vez que estás con él, que cuando te besa se para el tiempo y se eriza toda tu piel, ese mismo que te saca la sonrisa más sincera que habías mostrado, o eso dicen, yo no lo sé. Quizás una vez lo rocé. Lloré. Me derrumbé. Entre lágrimas me ahogué. Más tarde pensé que había amado y me alegré, pero confundí la necesidad con el amor, pues no sentía mariposas, el tiempo no se paraba con sus besos, mi sonrisa era fría como el hielo. A partir de ese momento supe que no lloré por nadie, lloré por mí, por ser incapaz de sentir.

Avergonzada. Pasan los años y no consigo encontrar la definición de amar. No aprendí en secundaria como el resto de mis compañeros. Me encuentro estancada en ese curso, no consigo aprobar la asignatura esencial de la vida. Una vez me dijeron que amar era el verbo más doloroso, pero más duele no haberlo conocido, lo digo yo, que se mucho de eso. No puedo compartir emociones con mis allegados y me avergüenzo. Callada espero a que cambien de tema, a que cuenten chistes o anécdotas en las que pueda intervenir. Dicen que tengo suerte por no estar enamorada, por no depender de nadie, por ser libre; Les contesto que soy libre, pero quiero depender, que al igual que ellos deseo tener a esa persona a quien abrazar, besar, compartir momentos inolvidables, que piense en mí, que se preocupe, que me haga sentir que soy especial.

Triste. Frente al espejo hablo con mi reflejo, le digo que estoy triste por culpa de la soledad, esa que invade todo mi cuarto por no saber amar, quizás sea miedo quién sabe, pero mi corazón no se abre. Vivo eternamente castigada. Soy mi propio enemigo, cómo luchar contra él. No quiero ser esa bohemia que consume sus últimos días en una cama roída por la ausencia, no quiero esa maceta muerta en la ventana, no quiero estar siempre frente a la pantalla escribiendo letras, no quiero morir de pena.

Dicen que acabaré sola, que por dejar de dar oportunidades me pierdo muchas cosas. Dicen que nadie quiere a una persona egocéntrica, superficial, sensible y calculadora, que no valgo tanto como para malgastar tiempo en derribar esa muralla. Dicen tantas cosas que he acabado por creérmelas, quizás tengan razón y me quede sola. Quizás muera por confundir el amor con la necesidad de amar.

sábado, 8 de mayo de 2010

Tu última parada

Mirada desencajada frente al espejo,ojos vacuos que derraman sangre,
labios medio quemados del frío aire,
tez pálida de expresividad constante.

Reflejo moribundo a punto de desaparecer,
no eres nadie sin una persona que depender
y piensas que has nacido para solventar
ese vacío que agrava esta estúpida sociedad.

Sigues frente al cristal deteriorándote,
no haces el esfuerzo por seguir adelante,
te limitas a respirar y a automarginarte
pensando que eres la persona más deprorable.

Sentado en un sillón viejo medio roído,
acumulas polvo de tu ausente pasado,
ausente de vivencias dignas de recordar
para alardear en fiestas de abogados.

Yaces en la cama ínmovil de sentimientos,
carente de energías para abrir los ojos,
tumbado bocarriba y huyendo de la realidad
esperas no despertar nunca más en ese lugar.

La luz de la mañana entra por tu ventana,
apenas has levantado un palmo de la cama
y ya te cuesta respirar en ese infierno
que has creado con el paso del tiempo.

Vagueas por el pasillo sin dirección prefijada,
sólo caminas descalza ante la atenta mirada
de retratos en la pared con personas desconocidas,
esas mismas que odias por recordarte que eres un alma vacía.

Acabas de nuevo en el baño ante el espejo,
pero esta vez con una cuchilla en la mano,
gotas rojas van pintando tu triste lavabo
que ocultan las lágrimas que derramaste antaño.

Por fin llegaste a la última parada de tu viaje,
sin ropa ni equipaje te desplazas en una bolsa negra,
ni frío ni calor, ni luz ni oscuridad, ni un sólo palpitar,
sólo tú, el olvido y un muerto más al que maquillar.

Carta de amor - Simplemente tú

 
Soledad Sin Calzada
C/ San Corazón, nº 1
CP/ Mi corazón

En algún lugar, a 8 de Mayo de 2010

No pretendo analizarte, aunque te encantaría. Te encantaría poder decirme que no acerté en nada, que sigues siendo esa persona impredecible, intocable y misteriosa de la que todos hablan. Incapaces de retarte, pensaste que eras impasible, disfrutaste en todo momento de tu fortaleza, te alimentaste de la debilidad de tus renegados, pero su consecuencia a largo plazo te producía un gran vacío. Nadie era capaz de pulir ese diamante que permanecía incrustado bajo capas de hormigón. Quisiste impedir tu recaída al abismo causante de tu armadura por lo creaste tu propia filosofía hedonista olvidando tu verdadero anhelo, la llegada de ese día en el que derriban el escudo que te protege en todas las batallas. Día tras día te enfrentabas a mentes demasiado simples, predecibles, monótonas, humanas al fin y al cabo, de las cuales no te suponía ningún esfuerzo salir airosa. No cambiabas de estrategia para solventar los conflictos y reías de tus hazañas poco enriquecedoras.

Tú, que tan segura estabas de ti misma ahora comienzas a dudar. Recuerdas por qué te enterraste viva en lo más profundo de aquella roca; huías de los verdaderos retos que te nutrían, los más dolorosos, esos mismos que de forma inconsciente, o no, echas de menos. 
No eres tan fuerte como piensas, no eres tan diferente como creen, pues compartes ese estado emocional que todos tenemos, miedo. Miedo a conocer algo más complejo que esos rumiantes a los que estás acostumbrada, miedo a no saber cambiar de táctica y que consigan despojarte de toda esa armadura que llevas incrustada; Por eso quizás no arriesgas con tu mayor rival, temes perder tu orgullo y valentía, temes volver a ser débil.

Hasta hoy permanecías impune a la espera de una mente que desnudara tus pensamientos, que rozara suavemente tus más íntimos deseos, que consiguiera pulir ese diamante que aún espera.
Como una suave brisa que consigue penetrar por lar ranuras de tu yelmo llegué yo, inesperada, activadora de tus miedos, dispuesta a desmontar tus sueños, tus barreras, vencerte en tu propio juego.
Ahora no sabes defenderte, pero tampoco haces nada por vencerme. Estás perdiendo esta partida y ebria de confusión dejas entrever tus cartas.

Tú, que anhelas ser libre. Yo, que encontré la llave para liberarte. Temes esa llegada en que salgas a un nuevo mundo, comenzar nuevas pautas, empezar algo oculto. Ya puedes salir fuera, la puerta está abierta, deja tu orgullo, sólo queda que tú quieras.

Soledad Sin Calzada

Nada

Cuando no encuentras ni un sólo motivo por el qué vivir. Cuando no te sientes identificada con los actos de los que se suponen son tus semejantes. Cuando estas rodeada de los tuyos pero sientes que estás totalmente sola y hablas al espejo para ver que alguien te escucha, y posteriormente escribes tus palabras para sentirte viva aunque nadie te lea eso, es sentir soledad.

Intentaste cambiar para encajar en tu entorno y por un momento creiste que lo habías conseguido. Te habías puesto el mejor disfraz. Adoptaste su lenguaje, cambiaste tu forma de vestir, tus creencias, tus ilusiones, renegaste de lo que eras abandonándote por completo. Rodeada de risas falsas y cumplidos incoherentes diste un paso hacia atrás, eso no era lo que querías. Te sentías una cobaya más sin personalidad propia. Engañaste a tus sentimientos para solapar en ese puzzle que desde un principio sabías que no estaba hecho para ti, eras la pieza sobrante. Decidiste hacer caso a la logística y abandonar el rompecabezas al que nunca habías pertenecido.
Comenzaste una nueva búsqueda exahustiva del juego del que provenías sin resultado alguno. Eres única, especial, el patito feo que todos ignoran por ser diferente. Caminas por un desierto repleto de oasis que no puedes alcanzar, tan cerca e inalcanzable a la vez. Construyes fantasías en las que caes inmersa en un paraje natural donde lo normal es ser insólito, todos abstractos pero con una pieza en común, la diferencia.
De vuelta a la realidad, el tiempo va quedando en el olvido y vas forjando una armadura que te aisla de todo contacto humano. Alejada de la sociedad derramas lágrimas incongruentes por no sentir nada. No sonríes. No te alegras por los demás. No amas. No añoras. No das cariño. No valoras. No das las gracias. No pides perdón. Todas estas sinfonías no son más que palabras ausentes en tu vocabulario que te van encerrando en un abismo de soledad, indiferencia, lejanía, tristeza. No le ves sentido a esta vida a la cual no debiste llegar jamás y vas desapareciendo tras esas lágrimas de cristal. Mientras lloras vas acumulando polvo en tu estantería de las experiencias, vacía de recuerdos, rota de mentiras. Tumbada en el suelo cierras los ojos y no ves nada, solo oscuridad, ni un sentimiento memorable, ni una imagen que recordar. De qué te sirve ser diferente si estás vacía de emociones positivas. Incapaz de disfrutar de una simple caricia, incapaz de valorar un elogio o una sonrisa, sólo buscas aversiones en cada uno de los gestos que recibes. Nada. Te quejas de no sentir, pero no haces ningún esfuerzo por remediarlo. Hablas. Reprochas. Infravaloras. Cuestionas. Te indignas, pero ¿haces algo para cambiar tu situación? Resignarte.
Has dejado de buscar tu lugar. Has decidido que tu sitio está entre las cuatro paredes que componen tu espacio personal, ese que tanto te costó alimentar. Alejada, ausente, callada, libida. Sólo de vez en cuando dejas escapar un leve suspiro de angustia que les hace recordar que estás ahí, viva, aunque tú ya no sientas nada.

Carta de amor - Querida Silenciosa




Soledad Sin Calzada
C/ San Vacío, nº Ninguno
CP/ 13666
En San Francisco, a 7 de Agosto de 1969


Querida Silenciosa qué decir que ya no sepas, porque allí estabas tú.

Sola, así era como pasaba las horas antes de conocerte. En un banco del parque desayunaba todas las mañanas acompañada por el cantar de los pájaros y el murmullo de la gente que pasaba por mi lado con cara desencajada. Allí estabas tú, pero yo inmersa en mis fantasías no notaba tu presencia, pues mi manía persecutoria te borraba de mi foco perceptivo. Voces que decían, voces que criticaban, voces y más voces que me dañaban. ¡Maldita sea! ¿Por qué no se callan? Más gente y a su vez más voces. No conseguía verte, el zumbido de un mosquito me distraía y el llanto de un niño me irritaba. ¿Por qué no se calla? 
Sonó la campana. Agitada me levanté, me dirigí a clase y allí estabas tú, sentada, mirándome fijamente, parecías llamarme con tu silencio y así fue, me senté a tu lado alejadas del resto de la clase. ¡Qué agradable! Al fin alguien que no decía, que no murmuraba, que no criticaba. Te miré. Me miraste. Te sonreí. Me sonreíste. Agachando la mirada sonrojada sentí tu aliento recorrer todo mi ser. Hasta ese momento no recuerdo una sensación tan hermosa como tu resuello en mi cuello, una brisa fresca que me llenaba de energía y paz interior. A partir de ese día nos hicimos inseparables, tú, yo y mis historias inalcanzables. Ya no volví a desayunar sola en aquel parque. Estaba contigo acompañada por las voces de esos primates, voces que decían, voces que criticaban, voces que reían, pero ¿por qué no se callan? Y ahí estabas tú. Me hacías olvidar aquellos sonidos virulentos que penetraban todos mis sentidos; Me rozabas la mano y erizando toda mi piel calmabas mi ser más inicuo, ese que estaba deseando salir para cometer el mayor de los pecados.

Pasamos largas horas en casa frente al espejo; Me peinabas. Te peinaba. Me sonreías. Te sonreía. Siempre estabas ahí cuando lo necesitaba. Eras la única que me escuchaba, que me entendía, que me aconsejaba. Dibujábamos paisajes en las paredes mientras las voces de mis padres decían, murmuraban, gritaban. “¿Qué estás haciendo?” “¡Para!”
No necesitaba a nadie más, ni siquiera a mi familia, todos representaban un incordio. ¿Por qué no me dejaban ser feliz a tu lado? Quisieron separarme de ti. Pensaban que estaba loca, que por hablar contigo había perdido toda la cordura. Aún así nos veíamos pero cada vez menos, esas pastillas del diablo me hacían olvidar todo tu recuerdo. No lograba recordar donde quedábamos, a qué hora te veía, a qué hora nos despedíamos. Dejamos de vernos. ¿Qué pasó? ¿Dónde estás? Te echo de menos.

Estoy entre cuatro paredes blancas otra vez sola. ¿Cuándo fue la última vez que nos vimos? No lo recuerdo. ¿Y mi familia? ¿Por qué no sé nada de ellos?
Voces extrañas procedentes de gente con bata blanca hablan, murmuran, dicen que presento ideas delirantes, alteración de la percepción, distorsión del pensamiento, aislamiento, negación de la realidad y abulia, diagnóstico esquizofrenia paranoide. Hace poco me regalaron un espejo y te vi, eras mi reflejo. ¡Sabía que no me abandonarías! Ahora, cada mañana al despertar me dirijo al gran cristal que hay colgado en la pared para poder verte. Me pongo justo enfrente y allí estás tú. Te miro. Me miras. Te sonrío. Me sonríes. Agacho la mirada sonrojada y recibo un hálito de aire en mi cuello que me alegra la mañana. Porque sé que existes, yo te veo, pero nadie lo admite. Quizás andan más preocupados en las voces que dicen, que critican, que murmuran al igual que hacía yo antes. He dejado de tomar esos caramelos de colores que me borraban tu recuerdo. Ahora soy feliz porque estás aquí, callada, sin decir nada.
Porque creo y creeré en ti.

Soledad Sin

Aire

Qué es el aire para mí sino un derecho congénito de los seres vivos, la libertad. Fue aquél que me acogió en sus brazos al nacer, la primera sensación de placer que recibieron las terminaciones nerviosas de mi cuerpo procedente del mundo exterior, el surgir. 

Aire, se convertiría en el eje de la rueda que mueve mi vida, esa brisa que siento cada despertar desplazándose por mi cuerpo y erizando mi piel al igual que lo hace un suave beso, esto es placer. Respiro y lo siento. 
Abro los ojos pero no lo veo. Está ahí, lo presiento. Quién no ha alzado los brazos alguna vez en una cima solitaria y mirando al cielo ha gritado a los cuatro vientos “¡Hola!” esperando que el aire nos respondiera con un eco, el gran conocido. Cuántas veces hemos paseado por la orilla del mar sintiendo el agua helada recorrer nuestros tendones mientras éramos acompañados por esa caricia en nuestras mejillas. ¿Y qué sentimos? Tranquilidad, armonía, paz, alegría, melancolía, todo un sin fin de adjetivos para describir a este duendecillo que recorre las calles día tras día.
¡Qué decir de nuestras emociones! El aire, reflejo de nuestro temperamento. Delator de nuestras rabias, confesor de nuestra felicidad. O no es cierto que decimos ¡Cuánto viento, el tiempo está como tú! ¡Violento! Aire, noto su presencia en todas partes. 
Olas grises que vienen y van con gran furia raptando cada grano de arena que compone la tierra. Las hojas de los árboles se mueven al compás de esté elemento. La bufanda roja de esa estudiante intenta escapar con él. Ese paraguas viejo refleja su dolor dejando caer lágrimas finas sobre el cabello negro de la atleta. Corremos y nos empuja. Quiere que juguemos. Nos envuelve en una burbuja sin fin hasta hacernos tocar el suelo. Quiere jugar a la lucha. Tan sólo un cobarde se descalza. Sube a la barandilla. Llora y desaparece de su vista, el fin.
Ni el agua, ni la tierra, ni el fuego nos acompaña hasta nuestro entierro. Sólo está él, el aire. Acompañante deseado en esas noches de encuentro, en una cama con un amante y un reloj viejo. Susurra a lo lejos que quiere participar. Golpea las persianas porque tan sólo quiere escuchar gemidos de placer y miradas de complicidad. Encelado hace el amor con las nubes que se corren hacia el norte. Disipan de su fervor que las eleva a las estrellas. El cielo despejado muestra la gran pasión de esté invitado que nos regala un cielo azul dibujado. Salimos al balcón y sonreímos. Gracias por este paisaje creado.
El aire es libertad, es satisfacción. Es nuestro acompañante hacia el más allá. Cállate. Escúchalo. Comprobarás que la sensación de paz que te transmite no es ni la mitad de lo que sentirás encerrado en un cuarto hablando con la soledad.

El encuentro


Aún no te conozco y ya te echo de menos,
no te he mirado a los ojos pero ya me reflejo en ellos,
aún no te he besado más siento en mi cuello tu aliento,
no he dormido contigo pero por las noches en mi cama te siento.


Recuerdo cuando te abrazaba a pesar de que aún no ha sucedido,
extraño tus te amos que todavía no han surgido,
visualizo esas imágenes de momentos que no hemos vivido,
sufro perderte cada despertar sin tan siquiera haberte tenido.


No he tenido la oportunidad de verte pero sé que eres bello,
pues tu rostro aparece en cada uno de mis sueños,
tu voz que aún no he oído me susurra a lo lejos
palabras de amor que me llenan por dentro.


Añoro el roce de tu dulce piel que aún no he sentido,
percibo tu aroma sin tan siquiera haberte conocido, 
divago memorias de tu ser sin que hayas existido
pues sólo eres un anhelo deseo de mi instinto primitivo.


Nunca hemos estado juntos y sin embargo nos queremos,
planificamos nuestro futuro sin saber si nos gustaremos,
más ambos nos buscamos entre las sombras y el tiempo
que dictan el camino hacia el día de nuestro encuentro.

Desconocido


El cielo triste me susurra a lo lejos,
me dice que está en mis pensamientos,
ese alma en pena que llora cada momento
por su soledad condenada al infierno.

La lluvia cae sobre mis hombros,
gotas finas que recorren mis ojos
se deslizan por mis mejillas poco a poco
y mis labios prueban un pequeño sorbo.

El viento acaricia mis oscuros cabellos
dejando mi bello rostro al descubierto,
fiera que muestra su más anhelado deseo
renacer de sus cenizas sólo por un beso.

Caen los relámpagos golpeando los tejados
con una fuerza que no evitan los pararayos,
su inmenso dolor estremece al mismísimo diablo
que eternamente abatido se encierra en su habitáculo.

El frío comienza a congelar todo mi cuerpo,
escarcha que empieza a penetrar mis sentidos,
con él cae la noche y me abraza con esmero
susurrándome al oído que necesita un beso.

La blanca nieve se acumula en mis zapatos,
posan en mis pestañas los helados copos
que me obligan a cerrar mis negros ojos
haciendome ver su más desolador llanto.

El sol me ilumina con sus cálidos rayos,
despierto por su calor en un sitio extraño,
no hay nada a mi alrededor ni siento las manos
no padezco de locura pues ya no lloro en vano.

Creemos ser felices cuando no amamos,
lloramos a escondidas por no ser amados,
la tentación nos reclama para acabar con el daño,
daño que un día nos condujo a un lugar extraño.

Soledad

Ahora la soledad me invade y no me queda más remedio que llorar, sin embargo de mis mejillas no cae ni una lágrima más ¿acaso he olvidado como llorar? ¿acaso no tengo motivos para hacerlo ya? ¿Derramé demasiadas lágrimas hace tiempo quizás? 

Sé que ya no sonrío, que mi mirada triste parece estar y que mi voz ya no recorre el aire para llegar a los demás , que no soy la misma de antes y que sólo tengo penas que contar. 
Quisiera salir a la calle, ponerme a correr y no mirar hacia atrás, no volver más a esta ciudad ni recordar lo vivido en mis dieciocho años de edad, que el pasado, pasado será y que nunca más volverá, que ya no tengo motivaciones en la vida para querer continuar, ¿acaso alguien mañana me querrá? Si espero nunca vendrá, pero si busco tampoco aparecerá. 
Camino por la acera entre las sombras de los demás, invisible para todos y visible para la soledad, la única que me comprende y me comprenderá, la que me arropa en las noches más frías con su calamidad, la que me recuerda una vez más que sigo sola esperando a que alguien me ame de verdad. Acompañada por el sonido de mis pasos llego todas las noches a mi hogar, donde mi familia me espera para cenar ¿o no?, una vez más se olvidan de que aún no había llegado y todos dormidos parecen estar, otra noche más cenando sola, bueno, junto con mi soledad, esa que siempre se acuerda de mí porque siente mi suspirar. 
Cansada de esperar a que despierten y me digan tan sólo "¿qué tal?" me empiezo a duchar, el agua hirviendo cae por mi piel sin sensibilidad, mis ojos permanecen inertes y mi corazón vacuo llora en silencio para a los que duermen no despertar. El espejo del baño se empaña y millones de gotitas que se deslizan por él van formando la palabra "soledad". Salgo de la ducha y comienzo a temblar, pero no de frío sino del miedo que tengo de encontrarme sola sin nadie con quien estar, sin caricias ni besos que dar. 
Me encierro en mi habitación y miro el reloj digital "las 11 y media una vez más" y aún sigo esperando a que alguien recuerde que existo y me de un toque nada más. 
Mientras tanto, mi cuerpo yace inmóvil en la cama, acurrucada cierro los ojos y me pongo a pensar "¿Qué he hecho en la vida que merezca la pena mencionar? ¿A quién he hecho feliz con sólo mi presencia estar?" ¡Joder! Y ahora es cuando comienzo a llorar porque al fin me doy cuenta que no hice nada por los demás, que sólo soy otro desperdicio de la sociedad, que no es que no se acuerden de mí, sino que olvidaron mi débil y triste respirar, pero los comprendo ¿quién se va a acordar de una persona que piensa primero en sí y luego en los demás? 
Así transcurre otra noche más; hablando con mis pensamientos y oyendo una voz que me susurra en la inmensa oscuridad "deja ya de luchar" . Abro los ojos y de nuevo un día más. Ni una llamada perdida , ni un saludo que dar, el mismo color de la amargura, el mismo olor de la infelicidad, la misma gente, el mismo caso ¡ninguno!, la misma mirada ante el espejo ¡vacua!, el mismo palpitar ¡lento y sin esperanza! la misma monotonía y siempre, reitero, siempre al llegar a casa la misma cara, la misma compañía, la única que me ama y que no me dejará jamás la soledad.