Desde que mi memoria alcanza sus primeros recuerdos siempre
me han recalcado mis defectos y mis fallos dejando a un lado mis virtudes, que
no eran pocas. Jamás me hicieron sentir una persona especial, al contrario, me
hicieron creer que mis esfuerzos y mis logros eran en vano. Se dedicaron a
disipar cualquier ilusión de proyecto que surgía en mi mente, y en su lugar me
anegaron con reprimendas y comparaciones odiosas, siempre era menos que la hija
de fulano de tal. Nunca era lo suficientemente extraordinaria para ellos, no
era el lienzo perfecto que quisieron dibujar, al parecer salí algo defectuosa.
No sé que esperaban de mí, ni siquiera sé que esperan a día de hoy. Siempre
recibí duras críticas y pocos halagos. Consiguieron ridiculizar el comprimido
ego que me quedaba e hicieron que mi personalidad se resumiera en un trastorno
del estado del ánimo, obvio ¿no? Durante bastante tiempo el hastío inundó mis
días y las dudas de mi existir enmascararon mi carácter; me volví apática, fría
y mi lógica social rozaba lo absurdo. Habían anulado mis capacidades para
resolver problemas, me sentía como un roedor de laboratorio en un laberinto
desconocido. Necesitaba ayuda.
No sé cómo ni cuándo encontré a mi ángel de la guarda por el
camino, pero apareció en el momento idóneo. Me abrió los ojos. Me hizo recordar
mis años de gloria, los éxitos que coseché y las victorias que podría conseguir
si no me rendía. Por primera vez en mi vida alguien supo apreciar mis esfuerzos
y méritos, por primera vez me dijeron que valía, que era un ser especial. Sus
palabras me dieron fuerzas y esperanzas para seguir adelante. Comencé a confiar
en mi persona. Me amé. Me
valoré. Me apoyé. Me di ánimos y cambié. Continué mi historia dándole un
toque de humor, hice una sátira de mi vida y formé moralejas con mis
experiencias. ¡Todo pasa por algo, señores! Y tranquilos, siempre es para bien.
Actualmente siguen recordándome mis defectos y mis fallos, e
incluso piensan que soy un caso perdido y que carezco de virtud. No obstante, a
estas alturas de la película me da lo mismo, ya no busco la aprobación de
nadie, si no saben apreciarme no es mi problema, yo sigo mi camino hacia lo que
verdaderamente me hace feliz. Dejé de expresar lo que querían escuchar, ahora
me limito a decir lo que realmente pienso. ¡Se acabó el ser complaciente! Me siento orgullosa de quien soy y he
conseguido amarme como nunca he amado a nadie. Solo necesito mi propio asenso
para demostrarme a mí misma que valgo, y mucho.
No supieron valorarme entonces y no pretendo que me valoren ahora, para elogios ya estoy yo, porque yo lo valgo.
No supieron valorarme entonces y no pretendo que me valoren ahora, para elogios ya estoy yo, porque yo lo valgo.