A la atención de Mª Azucena Ramírez
C/ Garcilaso de la Vega, nº 2
CP/ 45002, Toledo
Querida Azucena, hoy te escribo con lágrimas en los ojos para anunciarte que debemos anular nuestro compromiso como pareja, no así como grandes amigos.
Siempre fui un fiel creyente y defensor de la monogamia; rehusaba de cualquier tentación carnal fuera del matrimonio y juzgaba a todo aquel que caía en el pecado de la infidelidad. Desconocía los motivos que inducían al adulterio, aunque tampoco me interesaba conocerlos ya que no concebía base empírica para dicho engaño.
Mi idiosincrasia se desmoronó cuando una mañana vino a mi consulta psicológica un paciente de personalidad imperiosa que mostraba una conducta obsesiva y/ o exacerbada hacia el sexo, que bien podía ser satiriasis. Durante la hora y media que duró la entrevista los fundamentos de mi cliente lograron nublarme la cabeza; ¿por qué reprimir los impulsos sexuales cuando es parte de nuestra naturaleza? ¿Quién me obliga a acostarme únicamente con mi esposa? ¿Debo probar otros platos del menú? ¿Por qué no llevar a la práctica mis deseos más íntimos?
Aquel día no pude pensar en otra cosa, llegando al punto de mostrar interés por otras mujeres. Comencé a ver a mi secretaria desde una perspectiva diferente; aquella falda entubada dejaba entrever su silueta de infarto, me apetecía sentir sus voluptuosos senos presionar mi pecho. Su mirada, sus labios carnosos y su perfume llamaban a mi puerta, deseaba hacerla mía. Cuando llegué a casa me fijé en la hermosa doncella que teníamos, jamás le había prestado atención; su tez morena acompañada con esa voz melosa encendía todos mis sentidos, ¿por qué no mancillarla sobre la mesa de la cocina? Salí a la calle para airear mis ideas, pero todo fue en vano. Bellas damas contoneaban sus encantos mientras yo permanecía sentado en un banco absorto ante la larga cola de pretendientas que podía llegar a tener. Por momentos me sentí tentado de visitar el burdel de la capital, sólo por curiosidad, pero mi estricta moralidad me llevó a regresar junto a ti, mi ferviente y amada esposa.
Amor, quiero que sepas que te he respetado vehemente durante estos catorce años de casados; solo he tenido ojos para ti y nuestros seis hijos así lo demuestra, no obstante, dejé pasar algo por alto; mi frívola y auténtica naturaleza. Siempre he mantenido una relación cordial a la vez que distante con nuestras amistades femeninas, este apego evitativo podría pasar desapercibido si no fuese porque se debe a mi temor de romper el séptimo mandamiento, es decir, no soy fiel porque así lo desee, lo soy porque me lo han impuesto mis creencias. No quiero negar lo evidente; es un hecho que te ame con locura, pero también es una realidad que quiera probar las dulces mieles con las que me deleita la vida, la carne es débil y más siendo hombre.
Pese a la frialdad que falsamente puedan reflejar mis palabras, me ha resultado tremendamente doloroso tomar esta dura decisión. No es fácil alejarse de tu alma gemela, no es fácil desprenderse de una parte de tu ser, sin embargo, te amo demasiado como para hacerte daño; sé que tarde o temprano sucumbiré a las delicias de alguna meretriz de la alta estulticia y no quiero llenar nuestro matrimonio de mentiras e infidelidades, no te mereces eso. Deseo que ambos exploremos otros rincones que nos aporten sabiduría y bienestar, solo se vive una vez y no debemos aferrarnos a la tediosa y vacua monotonía.
Acabo esta carta pidiéndote disculpas por mi desfachatez y por el sufrimiento ocasionado. Sólo puedo decir a mi favor que, aunque no comprendas mi postura, lo hago por ti; deseo tu completo bienestar y yo, en estos momentos, no te lo puedo proporcionar. Quiero que seas feliz.
De Talavera para Toledo, a 14 de febrero de 1952.
Espero y deseo que esta confesión no rompa nuestra estrecha amistad.
Te ama por siempre.
Fdo: Un marido fiel.