Quise ser un pájaro para volar a través del viento, pero mis alas
se rompieron y caí. Mientras caía quise ser un paracaídas para evitar
estamparme contra el suelo, pero no se abrió. A medida que iba vertiginosamente
descendiendo soñé con convertirme en una pluma y así deslizarme
suavemente por el aire, pero como lo dije en voz alta mi deseo no se cumplió.
Seguí cayendo sin freno alguno y quise transformarme en un globo, pero se cruzó
por mi camino un pájaro que clavó su pico en el material del que estaba hecho.
Desinflado continué mi descenso y quise ser un pez, diréis que los peces no
vuelan pero sí nadan, caí en el mar. Comencé a nadar para llegar a la orilla,
pero un calamar gigante me agarró con sus tentáculos impidiendo que continuara
mi camino y quise ser un tiburón. De un mordisco me liberé y con la tripa llena
continué por la senda en busca de lo que verdaderamente quería ser. De repente, una enorme sombra invadió mi espacio personal, era una ballena y quise convertirme en
un cazador furtivo. Arpón en mano me dispuse a cazar a ese gran mamífero de los
mares, pero me compadecí de él, era un ser tan maravilloso que no debía
desaparecer simplemente para alimentar la gula de los más afortunados. Unas
millas más adelante, cuando ya por fin podía ver la costa, me disfracé de
buceador y me volví a sumergir en las aguas heladas. Buceé y buceé hasta llegar
a la orilla. ¿Y ahora qué? Quise ser una estrella de mar y fui recogida por un
niño de cinco años. Me transportaron en un cubo de agua salada y me echaron en
una pecera junto con tres peces de colores, pero aquello era demasiado
aburrido, sólo podía observar, y quise ser uno de esos peces llamativos, de esa
forma al menos podía nadar, pero el espacio era muy reducido. Desde la
cristalera podía contemplar el jardín, estaba repleto de rosales y quise ser
una de aquellas rosas tan hermosas; cerré los ojos, lo deseé y, de repente,
allí estaba, floreciendo en aquél rosal. Apenas pasaron unos días, quizás unas
semanas, pero ya me había hecho mayor justo cuando comenzaba a disfrutar de mi
metamorfosis. Fue entonces cuando una niña de cabellos dorados y sonrisa
inocente se acercó al jardín con unas tenazas. Me miró, sonrió, acercó su mano
a mí y… Sólo sentí el frío metal en mi cuerpo, caí a la fría tierra y morí.
Quise ser tantas cosas que cuando fui lo que quise ser, había
pasado demasiado tiempo.