Aquí os dejo la segunda parte del cuento popular español. Si aún no has leído la parte 1 del mismo, te recomiendo que visites la entrada anterior y te pongas al día para comprender la historia. Una vez leas la primera parte estarás listo para continuar el cuento.
Recordaros que esta historia es del siglo XV, surgida en los pueblos españoles cuyo autor o autores son desconocidos. Yo me he limitado a plasmar su leyenda para compartirla con todos vosotros, eso sí, que quede claro que esta versión está escrita por mí con todo lo que conlleva; mi gramática, vocabulario, imaginación, etc.
LA MUERTE QUIERE SER MADRINA (Parte 2)
Como bien prometiera La Muerte siete años atrás, visitó a su querido ahijado el día de su séptimo cumpleaños para otorgarle una salud de hierro. Años más tarde apareció en la fiesta de su décimo quinto aniversario para concederle el poder de la sabiduría. Y por último, y no menos importante, asistió a la celebración de su vigésimo cumpleaños para regalarle el don del éxito.
Una vez más, La Dama de Negro hacía su entrada triunfal. Sin previo aviso, como ya era costumbre en ella, la puerta de la casa del campesino y su mujer se abrió de un solo golpe ante la atenta mirada de todos los invitados. Un halo de penumbra y tristeza inundó todo el salón, comenzó a llover ceniza y la tétrica madrina apareció entre la oscura y desolada niebla.
- ¡Buenas tardes familia! Hoy es el gran día. Me gustaría hablar a solas con mi querido ahijado, así que Ignacio, ven conmigo a tu habitación. - Dijo La Muerte.
- Por supuesto madrina, estaré encantado de charlar contigo. - Contestó el hijo del campesino.
- Hace mucho tiempo prometí a tu padre que te colmaría de grandes éxitos y glorias, que haría de ti un hombre rico y respetable, y como siempre cumpliré mi promesa. Ya es la hora. - Comentó La Muerte.
- ¿Y cómo lo harás querida madrina? - Preguntó Ignacio.
- Serás el mejor médico de toda la comarca. - Respondió La Muerte muy segura de sí misma.
La peculiar madrina sacó de su bolsillo unas ramitas y se las enseñó a su ahijado.
- ¿Ves estos hierbajos? Son mágicas, pueden salvar muchas vidas, únicamente tendrás que decirle a las familias del paciente que preparen una infusión con ellas, de esta forma el enfermo sanará en un breve espacio de tiempo.
- ¿Así de fácil, madrina? - Comentó el ahijado muy intrigado.
- Sí, aunque has de tener algo muy en cuenta; cuando visites a la persona enferma y te acerques a ella yo estaré allí, sólo tú me verás, para el resto permaneceré invisible. Asimismo, si aparezco en el lado derecho de la cama significará que con las hierbas podrás curar al enfermo, por el contrario, si aparezco en el lado izquierdo de la misma querrá decir que no podrás utilizar las hierbas mágicas, ya que el paciente estará destinado a morir y no podrás salvarlo. También recordarte que las hierbas jamás se secarán ni se gastarán, no importa cuantas veces las utilices, siempre permanecerán frescas. - Le explicó La Muerte.
- Me parece justo. - Dijo Ignacio.
- Recuerda esto mi querido ahijado, ¡nunca desobedezcas mi decisión, las consecuencias de romper el trato pueden ser devastadoras para ti, y no quiero hacerte daño! - Añadió la madrina.
- Así será, querida madrina. - Asintió su ahijado.
La Muerte, tras rozar la frente de Ignacio con su huesuda y congelada mano, se esfumó en un suspiro. La penumbra y la ceniza desaparecieron y los rayos del sol volvieron a atravesar las ventanas de la habitación. La claridad había vuelto al humilde hogar.
Pasaron un par de días desde la última visita de su madrina e Ignacio, con la ayuda de sus padres, comenzó a divulgar por el pueblo que podía curar cualquier tipo de enfermedad con un brebaje que sólo él sabía preparar. Pronto llegaron los primeros pacientes, y como bien prometía el joven, salvó decenas de vidas, aunque también anunció la muerte de otras tantas. El principiante médico comenzó a reunir todo el oro inimaginable, se convirtió en un hombre apuesto y consiguió subir a la clase media-alta del país.
Esta noticia corrió como la pólvora por toda España; se decía de él que tenía poderes mágicos y que con tan solo unas hierbas lograba sanar enfermedades que ningún otro estudioso podía curar, sin embargo, también se cuchicheaba en voz baja que predecía la muerte y que nunca fallaba.
Un día, picaron a la puerta del joven médico.
- ¿Eres el famoso doctor que todo lo cura y que predice la muerte? - Preguntó un señor bien trajeado.
- ¡Sí, el mismo que viste y calza!. - Respondió Ignacio con una gran sonrisa.
- Soy un enviado de la corte. La princesa Aurora solicita sus servicios, el rey ha enfermado y quiere que sólo usted trate su enfermedad. - Informó el mensajero real.
- Está bien, iré al palacio encantado y haré todo lo que esté en mis manos. - Contestó el joven.
Una vez llegados a palacio, el mensajero escoltó al joven hasta la habitación del rey. Allí se encontraban la esposa y la hija de éste, Micaela y Aurora. Las dos mujeres lloraban sin cesar mientras agarraban la mano del emperador más bondadoso y honesto que había existido hasta el momento.
- ¡Por favor doctor, tiene que salvar a mi padre! - Gritó la princesa.
Ignacio, se acercó al rey muy cauteloso y preocupado. En ese mismo instante apareció La Muerte en el lado izquierdo de la cama.
- Lo siento, pero no puedo ayudar a vuestro padre. Tiene tal enfermedad que hasta a mí me resultaría imposible de curar. - Dijo Ignacio cabizbajo.
-¡Te lo suplico! ¡Sálvalo! Mi padre ha sido el monarca más bueno que ha existido hasta el momento, ha traído la prosperidad a nuestro país, sin él se tornará de negro y regresarán las guerras.
Ignacio miró a su madrina y le rogó con su mirada que le permitiera salvar la vida del rey. La Muerte, se negó en rotundo. El joven médico hizo caso omiso a su madrina y le ofreció las hierbas a la reina y a la princesa. Acto seguido, el cocinero de la corte preparó una infusión con esas ramitas y se la dio a Aurora para que ayudase a su padre a bebérsela. Tras tomar toda la infusión, el rey comenzó a sentirse mucho mejor y, muy agradecido, le ofreció al joven que fuera el médico personal de la corte y que viviera con ellos, al igual que el resto de los trabajadores reales.
La Muerte, tremendamente disgustada, le dijo a su ahijado que fueran a una habitación los dos solos.
- ¡Me has desobedecido! - Exclamó su madrina. - ¡Te dije que no podías llevarme la contraria! ¡Te dije que el desobedecerme traería grandes consecuencias, y no precisamente buenas!
- ¡Lo siento madrina! Me dio mucha pena ver a la princesa llorar por su padre y no pude evitar darle las hierbas. Además, el rey es un hombre muy bondadoso y cuida mucho del pueblo ¡Perdóname amada madrina! ¡No lo volveré a hacer más! - Suplicó Ignacio.
- ¡Está bien ahijado! Te amo mucho y no quiero hacerte daño, ¡pero que sea la última vez que me llevas la contraria! - Respondió La Muerte muy disgustada.
Pasaron los meses e Ignacio y Aurora se enamoraron; comenzaron a salir juntos y proclamaron su amor a los cuatro vientos. Era la época más feliz del ahijado de La Muerte; gozaba de gran salud y belleza, era un médico muy respetado, había logrado ascender a la clase alta y estaba emparentado nada más y nada menos que con la hija del rey.
Un día, la amada del joven picó en sus aposentos.
- Querido Ignacio, el bebé de mi mejor amiga ha caído enfermo, ¡tienes que sanarlo!. - Solicitó la princesa.
- Está bien, visitaré al pequeño niño y haré todo lo que pueda, pero tranquilízate mi vida. - Respondió el médico.
El joven se acercó a la cuna donde se encontraba dormido el niño y esperó a que su madrina hiciera acto de presencia. Una vez más, La Muerte apareció a la izquierda de la cuna. Ignacio le dijo a su amada que ya nada podía hacer por él.
- ¡No, por favor! ¡Ayuda a mi amiga! No quiero verla sufrir, debes salvar a su hijo, ¡te lo ruego amado mío! - Le pidió la princesa con lágrimas en los ojos.
Por segunda vez, Ignacio desobedeció a su madrina y entregó las hierbas a la madre del bebé para que le preparase la infusión. Horas más tarde el pequeño niño se sanó completamente y todos los de la corte agradecieron notoriamente los servicios del médico real.
Cuando Ignacio regresó a sus aposentos una enorme neblina negra comenzó a cubrir todas las paredes y unos truenos infernales golpeaban el frío mármol de aquella habitación.
- ¡Pero qué has hecho ahijado! ¡Te dije que no volvieras a llevarme la contraria! ¡Te lo recalqué mil veces! ¡No me queda otra que castigarte, aunque me duela el alma.! - Gritó La Muerte.
- ¡Madrina, te lo ruego! ¡Perdóname, no pude dejar morir al bebé, es tan solo un niño! Además, si lo dejaba morir mi amada estaría llorando durante semanas, no podía dejar que eso sucediera. - Respondió el joven medico.
- ¡Ignacio, sabes que te lo advertí! Debería castigarte por ello, pero no puedo. Eres parte de mi esencia y mi amor por ti no se podría contar con estrellas. De acuerdo, te daré una última oportunidad. ¡No me falles! Recuerda esto, nunca más has de desobedecerme, te lo digo por tu bien. - Advirtió La Muerte.
Ignacio llorando de felicidad besó los pies de su madrina una y otra vez, ¡se había salvado! Pensó que nunca más rompería el trato, estaba seguro al cien por cien. La Muerte por su parte se marchó de palacio convertida en una nube mientras su ahijado seguía besando el suelo que pisaba.
Una buena mañana, la princesa despertó muy enferma. Ignacio se temía lo peor y no quería estar al lado de su amada, estaba aterrorizado. De esta forma, dejó la salud de la princesa es manos de los mejores doctores de palacio. Sin embargo, ningún médico podía curarla, ninguno sabía qué tipo de enfermedad padecía. El joven médico quería mantenerse al margen para evitar una decisión que podría ser fatal, pero no podía ver morir a su amada. Decidió que ya era hora de de envalentonarse.
Ignacio, compareció en la habitación de Aurora, con mucho temor se acercó a ella y esperó a que su madrina apareciera de nuevo. Era la primera vez que el joven temblaba de miedo por ver a La Muerte, ¿qué decisión podría tomar esta vez? ¿Sería negligente con él? Sólo su madrina tenía la respuesta.
Un par de minutos después, La Muerte apareció... Desgraciadamente en el lado izquierdo de la cama. El joven lloró, se arrodilló y suplicó con sus miradas que lo dejara salvarla, pero La Muerte se negó. Por tercera vez, Ignacio decidió desobedecer a su madrina y le preparó él mismo la infusión a la princesa, no obstante, Aurora nunca se recuperaría. El ahijado de La Muerte, sin entender nada, rogó a su madrina que la salvara, pero ésta se negó en rotundo. Enfadada, tremendamente enfadada, agarró a su ahijado de la mano y lo llevó hasta un lugar que solo conocía ella.
- ¿Qué es esta cueva? ¿Dónde estamos? - Preguntó Ignacio.
- Esta es mi casa. - Contestó La Muerte. - ¿Ves todas esas velas? Cada velita representa la vida de una persona; las más largas pertenecen a los recién nacidos, las medianas pertenecen a las personas de mediana edad y las más cortas y titubeantes pertenecen a los ancianos y a los enfermos que ya nada se puede hacer por ellos.
- ¡Por favor madrina, no me mates! ¡No apagues mi vela! ¡Perdóname por ser un mal ahijado! - Imploró el joven mientras agarraba fuerte las escuálidas piernas de La Muerte.
- ¡Escúchame querido Ignacio! ¿Ves esa vela que está apunto de consumirse? Es el alma de la princesa. Aunque yo quisiera curarla ya no podría. Su llama está apunto de apagarse y la cera de su vela es casi inexistente, ya no está en mis manos su vida, el destino ha hablado. ¿Ves la vela tan larga que hay justo a su lado? Es la tuya, querido mío, a ti aún te queda mucho por vivir. - Dijo La Muerte.
Al oír estas palabras, el joven se levantó del frío suelo de las tinieblas y se acercó a la vela de su amada.
- ¡Puedo darle más llama con mi vela! - Gritó el joven.
- No serviría de nada, su vida no duraría más de dos días, su cera se ha consumido casi por completo. - Respondió la muerte llena de dolor y rabia.
- ¡Dame otra oportunidad! - Suplicó Ignacio.
- El único regalo que yo puedo concederte es apagar tu vela y la de tu amada a la vez para que volváis a estar juntos, pero es algo que no quiero hacer, te amo con locura y no quiero arrebatarte la vida. - Contestó La Muerte sumergida en un ambiente de tristeza y oscuridad.
Ignacio la miró y ésta supo entender qué debía hacer. Posó los dedos en ambas velas y las llamas se ahogaron a la vez. Su amado ahijado yacía en sus brazos, mientras que la princesa expiraba su último aliento en sus aposentos, por fin volverían a estar juntos.
La tétrica madrina quedó totalmente desolada. Por primera vez había sentido tristeza, un sentimiento que jamás había experimentado hasta aquel día. Rota de dolor y con su ahijado aún en los brazos, dijo:
- Estoy llorando aunque de mis vacías y oscuras cuencas no salgan lágrimas.
FIN...
Como bien prometiera La Muerte siete años atrás, visitó a su querido ahijado el día de su séptimo cumpleaños para otorgarle una salud de hierro. Años más tarde apareció en la fiesta de su décimo quinto aniversario para concederle el poder de la sabiduría. Y por último, y no menos importante, asistió a la celebración de su vigésimo cumpleaños para regalarle el don del éxito.
Una vez más, La Dama de Negro hacía su entrada triunfal. Sin previo aviso, como ya era costumbre en ella, la puerta de la casa del campesino y su mujer se abrió de un solo golpe ante la atenta mirada de todos los invitados. Un halo de penumbra y tristeza inundó todo el salón, comenzó a llover ceniza y la tétrica madrina apareció entre la oscura y desolada niebla.
- ¡Buenas tardes familia! Hoy es el gran día. Me gustaría hablar a solas con mi querido ahijado, así que Ignacio, ven conmigo a tu habitación. - Dijo La Muerte.
- Por supuesto madrina, estaré encantado de charlar contigo. - Contestó el hijo del campesino.
- Hace mucho tiempo prometí a tu padre que te colmaría de grandes éxitos y glorias, que haría de ti un hombre rico y respetable, y como siempre cumpliré mi promesa. Ya es la hora. - Comentó La Muerte.
- ¿Y cómo lo harás querida madrina? - Preguntó Ignacio.
- Serás el mejor médico de toda la comarca. - Respondió La Muerte muy segura de sí misma.
La peculiar madrina sacó de su bolsillo unas ramitas y se las enseñó a su ahijado.
- ¿Ves estos hierbajos? Son mágicas, pueden salvar muchas vidas, únicamente tendrás que decirle a las familias del paciente que preparen una infusión con ellas, de esta forma el enfermo sanará en un breve espacio de tiempo.
- ¿Así de fácil, madrina? - Comentó el ahijado muy intrigado.
- Sí, aunque has de tener algo muy en cuenta; cuando visites a la persona enferma y te acerques a ella yo estaré allí, sólo tú me verás, para el resto permaneceré invisible. Asimismo, si aparezco en el lado derecho de la cama significará que con las hierbas podrás curar al enfermo, por el contrario, si aparezco en el lado izquierdo de la misma querrá decir que no podrás utilizar las hierbas mágicas, ya que el paciente estará destinado a morir y no podrás salvarlo. También recordarte que las hierbas jamás se secarán ni se gastarán, no importa cuantas veces las utilices, siempre permanecerán frescas. - Le explicó La Muerte.
- Me parece justo. - Dijo Ignacio.
- Recuerda esto mi querido ahijado, ¡nunca desobedezcas mi decisión, las consecuencias de romper el trato pueden ser devastadoras para ti, y no quiero hacerte daño! - Añadió la madrina.
- Así será, querida madrina. - Asintió su ahijado.
La Muerte, tras rozar la frente de Ignacio con su huesuda y congelada mano, se esfumó en un suspiro. La penumbra y la ceniza desaparecieron y los rayos del sol volvieron a atravesar las ventanas de la habitación. La claridad había vuelto al humilde hogar.
Pasaron un par de días desde la última visita de su madrina e Ignacio, con la ayuda de sus padres, comenzó a divulgar por el pueblo que podía curar cualquier tipo de enfermedad con un brebaje que sólo él sabía preparar. Pronto llegaron los primeros pacientes, y como bien prometía el joven, salvó decenas de vidas, aunque también anunció la muerte de otras tantas. El principiante médico comenzó a reunir todo el oro inimaginable, se convirtió en un hombre apuesto y consiguió subir a la clase media-alta del país.
Esta noticia corrió como la pólvora por toda España; se decía de él que tenía poderes mágicos y que con tan solo unas hierbas lograba sanar enfermedades que ningún otro estudioso podía curar, sin embargo, también se cuchicheaba en voz baja que predecía la muerte y que nunca fallaba.
Un día, picaron a la puerta del joven médico.
- ¿Eres el famoso doctor que todo lo cura y que predice la muerte? - Preguntó un señor bien trajeado.
- ¡Sí, el mismo que viste y calza!. - Respondió Ignacio con una gran sonrisa.
- Soy un enviado de la corte. La princesa Aurora solicita sus servicios, el rey ha enfermado y quiere que sólo usted trate su enfermedad. - Informó el mensajero real.
- Está bien, iré al palacio encantado y haré todo lo que esté en mis manos. - Contestó el joven.
Una vez llegados a palacio, el mensajero escoltó al joven hasta la habitación del rey. Allí se encontraban la esposa y la hija de éste, Micaela y Aurora. Las dos mujeres lloraban sin cesar mientras agarraban la mano del emperador más bondadoso y honesto que había existido hasta el momento.
- ¡Por favor doctor, tiene que salvar a mi padre! - Gritó la princesa.
Ignacio, se acercó al rey muy cauteloso y preocupado. En ese mismo instante apareció La Muerte en el lado izquierdo de la cama.
- Lo siento, pero no puedo ayudar a vuestro padre. Tiene tal enfermedad que hasta a mí me resultaría imposible de curar. - Dijo Ignacio cabizbajo.
-¡Te lo suplico! ¡Sálvalo! Mi padre ha sido el monarca más bueno que ha existido hasta el momento, ha traído la prosperidad a nuestro país, sin él se tornará de negro y regresarán las guerras.
Ignacio miró a su madrina y le rogó con su mirada que le permitiera salvar la vida del rey. La Muerte, se negó en rotundo. El joven médico hizo caso omiso a su madrina y le ofreció las hierbas a la reina y a la princesa. Acto seguido, el cocinero de la corte preparó una infusión con esas ramitas y se la dio a Aurora para que ayudase a su padre a bebérsela. Tras tomar toda la infusión, el rey comenzó a sentirse mucho mejor y, muy agradecido, le ofreció al joven que fuera el médico personal de la corte y que viviera con ellos, al igual que el resto de los trabajadores reales.
La Muerte, tremendamente disgustada, le dijo a su ahijado que fueran a una habitación los dos solos.
- ¡Me has desobedecido! - Exclamó su madrina. - ¡Te dije que no podías llevarme la contraria! ¡Te dije que el desobedecerme traería grandes consecuencias, y no precisamente buenas!
- ¡Lo siento madrina! Me dio mucha pena ver a la princesa llorar por su padre y no pude evitar darle las hierbas. Además, el rey es un hombre muy bondadoso y cuida mucho del pueblo ¡Perdóname amada madrina! ¡No lo volveré a hacer más! - Suplicó Ignacio.
- ¡Está bien ahijado! Te amo mucho y no quiero hacerte daño, ¡pero que sea la última vez que me llevas la contraria! - Respondió La Muerte muy disgustada.
Pasaron los meses e Ignacio y Aurora se enamoraron; comenzaron a salir juntos y proclamaron su amor a los cuatro vientos. Era la época más feliz del ahijado de La Muerte; gozaba de gran salud y belleza, era un médico muy respetado, había logrado ascender a la clase alta y estaba emparentado nada más y nada menos que con la hija del rey.
Un día, la amada del joven picó en sus aposentos.
- Querido Ignacio, el bebé de mi mejor amiga ha caído enfermo, ¡tienes que sanarlo!. - Solicitó la princesa.
- Está bien, visitaré al pequeño niño y haré todo lo que pueda, pero tranquilízate mi vida. - Respondió el médico.
El joven se acercó a la cuna donde se encontraba dormido el niño y esperó a que su madrina hiciera acto de presencia. Una vez más, La Muerte apareció a la izquierda de la cuna. Ignacio le dijo a su amada que ya nada podía hacer por él.
- ¡No, por favor! ¡Ayuda a mi amiga! No quiero verla sufrir, debes salvar a su hijo, ¡te lo ruego amado mío! - Le pidió la princesa con lágrimas en los ojos.
Por segunda vez, Ignacio desobedeció a su madrina y entregó las hierbas a la madre del bebé para que le preparase la infusión. Horas más tarde el pequeño niño se sanó completamente y todos los de la corte agradecieron notoriamente los servicios del médico real.
Cuando Ignacio regresó a sus aposentos una enorme neblina negra comenzó a cubrir todas las paredes y unos truenos infernales golpeaban el frío mármol de aquella habitación.
- ¡Pero qué has hecho ahijado! ¡Te dije que no volvieras a llevarme la contraria! ¡Te lo recalqué mil veces! ¡No me queda otra que castigarte, aunque me duela el alma.! - Gritó La Muerte.
- ¡Madrina, te lo ruego! ¡Perdóname, no pude dejar morir al bebé, es tan solo un niño! Además, si lo dejaba morir mi amada estaría llorando durante semanas, no podía dejar que eso sucediera. - Respondió el joven medico.
- ¡Ignacio, sabes que te lo advertí! Debería castigarte por ello, pero no puedo. Eres parte de mi esencia y mi amor por ti no se podría contar con estrellas. De acuerdo, te daré una última oportunidad. ¡No me falles! Recuerda esto, nunca más has de desobedecerme, te lo digo por tu bien. - Advirtió La Muerte.
Ignacio llorando de felicidad besó los pies de su madrina una y otra vez, ¡se había salvado! Pensó que nunca más rompería el trato, estaba seguro al cien por cien. La Muerte por su parte se marchó de palacio convertida en una nube mientras su ahijado seguía besando el suelo que pisaba.
Una buena mañana, la princesa despertó muy enferma. Ignacio se temía lo peor y no quería estar al lado de su amada, estaba aterrorizado. De esta forma, dejó la salud de la princesa es manos de los mejores doctores de palacio. Sin embargo, ningún médico podía curarla, ninguno sabía qué tipo de enfermedad padecía. El joven médico quería mantenerse al margen para evitar una decisión que podría ser fatal, pero no podía ver morir a su amada. Decidió que ya era hora de de envalentonarse.
Ignacio, compareció en la habitación de Aurora, con mucho temor se acercó a ella y esperó a que su madrina apareciera de nuevo. Era la primera vez que el joven temblaba de miedo por ver a La Muerte, ¿qué decisión podría tomar esta vez? ¿Sería negligente con él? Sólo su madrina tenía la respuesta.
Un par de minutos después, La Muerte apareció... Desgraciadamente en el lado izquierdo de la cama. El joven lloró, se arrodilló y suplicó con sus miradas que lo dejara salvarla, pero La Muerte se negó. Por tercera vez, Ignacio decidió desobedecer a su madrina y le preparó él mismo la infusión a la princesa, no obstante, Aurora nunca se recuperaría. El ahijado de La Muerte, sin entender nada, rogó a su madrina que la salvara, pero ésta se negó en rotundo. Enfadada, tremendamente enfadada, agarró a su ahijado de la mano y lo llevó hasta un lugar que solo conocía ella.
- ¿Qué es esta cueva? ¿Dónde estamos? - Preguntó Ignacio.
- Esta es mi casa. - Contestó La Muerte. - ¿Ves todas esas velas? Cada velita representa la vida de una persona; las más largas pertenecen a los recién nacidos, las medianas pertenecen a las personas de mediana edad y las más cortas y titubeantes pertenecen a los ancianos y a los enfermos que ya nada se puede hacer por ellos.
- ¡Por favor madrina, no me mates! ¡No apagues mi vela! ¡Perdóname por ser un mal ahijado! - Imploró el joven mientras agarraba fuerte las escuálidas piernas de La Muerte.
- ¡Escúchame querido Ignacio! ¿Ves esa vela que está apunto de consumirse? Es el alma de la princesa. Aunque yo quisiera curarla ya no podría. Su llama está apunto de apagarse y la cera de su vela es casi inexistente, ya no está en mis manos su vida, el destino ha hablado. ¿Ves la vela tan larga que hay justo a su lado? Es la tuya, querido mío, a ti aún te queda mucho por vivir. - Dijo La Muerte.
Al oír estas palabras, el joven se levantó del frío suelo de las tinieblas y se acercó a la vela de su amada.
- ¡Puedo darle más llama con mi vela! - Gritó el joven.
- No serviría de nada, su vida no duraría más de dos días, su cera se ha consumido casi por completo. - Respondió la muerte llena de dolor y rabia.
- ¡Dame otra oportunidad! - Suplicó Ignacio.
- El único regalo que yo puedo concederte es apagar tu vela y la de tu amada a la vez para que volváis a estar juntos, pero es algo que no quiero hacer, te amo con locura y no quiero arrebatarte la vida. - Contestó La Muerte sumergida en un ambiente de tristeza y oscuridad.
Ignacio la miró y ésta supo entender qué debía hacer. Posó los dedos en ambas velas y las llamas se ahogaron a la vez. Su amado ahijado yacía en sus brazos, mientras que la princesa expiraba su último aliento en sus aposentos, por fin volverían a estar juntos.
La tétrica madrina quedó totalmente desolada. Por primera vez había sentido tristeza, un sentimiento que jamás había experimentado hasta aquel día. Rota de dolor y con su ahijado aún en los brazos, dijo:
- Estoy llorando aunque de mis vacías y oscuras cuencas no salgan lágrimas.
FIN...
Parte segunda escrita por Melodi Rodríguez Luque.
Buenas noches queridérrimos lectores.
ResponderEliminarEspero que hayáis disfrutado de este cuento español. A su vez, deseo con ansias vuestras opiniones sobre el mismo, así que no desistáis y ¡comentad!
Un saludo a todos.
M.
De verdad que me ha encantado, y debe ser una variante popular, porque yo recuerdo haber visto una película con un argumento casi idéntico, aunque creo que era un liquido en una botella lo que le regaló la muerte. El final era el de las velas. Hará mas de 50 años, y me impresionó que aun recuerdo la escena de las velas en una gruta.
ResponderEliminarBuenas noches Marcos.
EliminarDe este cuento popular español del siglo XV hay varias versiones, entre ellas la de los Hermanos Grimm (recordemos que estos hermanos también hicieron su versión de La Cenicienta, Pulgarcito, La bella durmiente, Blancanieves, Hansel y Gretel, entre otros). Decirte que la película que viste seguramente fue "El ahijado de la muerte", versión Mexicana llevada al cine en 1946. Recordarte también que, el único principio, enlace y final original son los que yo he expuesto en este blog, aunque evidentemente hay detalles que yo he tenido la molestia de inventar para darle un poco más de vida a la historia.
Me alegra que te haya gustado.
Hola, estás invitado al nuevo reto del blog Acompáñame.
ResponderEliminarSe trata del Reto 3, el Cuento de Navidad.
Si deseas participar, infórmate aquí:
http://podemos-juntos.blogspot.com.es/2012/12/reto-3-cuento-navideno.html
Un abrazo.
Uhmm, veo que te gusta escribir...
Evidentemente, de hecho si hubieses leído la descripción del blog, verías que dice "blog de literatura personal".
EliminarUn saludo ;)
Magnifico cuento, me encanto y me recordó que durante muchos años mi gran miedo, fue el considerarme como esa madrina, las causas el fallecimiento de mi abuela entre mis manos siendo yo muy joven y otra persona que sin ser allegada se podría decir me cruce en su camino. Desde esos momentos mis grandes miedos eran el quedarme a solas con alguien enfermo, no quería convertirme en el Ángel de la Muerte. Posteriormente una amiga mía me dijo que mejor compañía el prestar a un ser querido esa transición de un estado a otro. Visto de esa forma, ME MIRO CON OTROS OJOS y no me da tanto reparos el quedarme solo con mis padres. Es la vida y hay que tomarlo tal cual nos venga, lo dicho amiga mía, magnifico cuento.
ResponderEliminarVaya Gustin, bonita historia la que hoy has compartido con todos nosotros. Como bien se dice; "la realidad supera la ficción". Me alegra que hayas optado por el camino correcto y te tomes el ser "esa madrina" de una forma especial y positiva, te doy la enhorabuena por ello.
EliminarUn fuerte abrazo Gustin, y mucha fuerza.
Hola pequeña pase a saludarte
ResponderEliminary decirte que tienes un presente en mi blog..
Besitos..
Mil gracias Claribel, acabo de entrar en tu blog y he aceptado tu presente. Me ha hecho muchísima ilusión, como bien te he dicho en tu blog.
EliminarUna vez más, gracias amiga por tu amabilidad y por acordarte de mí. Personas como tú quedan muy pocas.
GRACIAS.
En la vida de cada ser siempre priman las siete reglas de oro.
ResponderEliminarAbrazos
Exacto, y aunque pensemos que cada persona es un mundo y, por tanto, que cada una tiene sus propias reglas, ñeeem ¡craso error! Al final todos acabamos buscando exactamente lo mismo de los demás; amor, amistad, sinceridad, fidelidad, respeto, generosidad y lealtad. Y en cuanto a nosotros; queremos ser los más inteligentes, seductores, respetados, los más ricos y los más amados.
EliminarMuy buen post!
ResponderEliminarOS INVITO AL SORTEO DE UNOS BOTINES MUSTANG:http://loveclothesandthings.blogspot.com.es/2012/12/sorteo-box.html
Gracias Ana ;)
EliminarMuy buena historia, Melodie, que yo desconocía.
ResponderEliminarMe gustó mucho la segunda parte, con esa Muerte demostrando que también tiene sentimientos.
Y un muy buen final.
¡Saludos!
Hola Juan, pues aquí tienes un cuento más para tu haber, uno nunca se acuesta sin aprender algo nuevo. A mí me encantan los cuentos populares españoles con toque siniestro, hay cientos de ellos que no se conocen a nivel nacional pero merecen mucho la pena.
EliminarMe encanta esta historia por lo que parece es super interesante.
ResponderEliminarMañana la leeré completa y te dejo comentario. Un beso grande.
Me alegro que te haya gustado la historia, espero deseosa tu opinión más tarde. Si veo que esta nueva sección de cuentos populares (escritos a mi manera) convence a los lectores prometeré seguir subiendo alguno más.
Eliminarese cuento esta re chimba
ResponderEliminarespero qe siempre estes asi de inspirado
Hola anónimo, dirás inspirada, soy mujer.
EliminarY el cuento está escrito con mis palabras pero no es invención mía, es una historia popular de España.
Que tipo de ambiente hey en este cuento ?
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