miércoles, 12 de diciembre de 2012

Cuento - El ahijado de la muerte (II)


Aquí os dejo la segunda parte del cuento popular español. Si aún no has leído la parte 1 del mismo, te recomiendo que visites la entrada anterior y te pongas al día para comprender la historia. Una vez leas la primera parte estarás listo para continuar el cuento.
Recordaros que esta historia es del siglo XV, surgida en los pueblos españoles cuyo autor o autores son desconocidos. Yo me he limitado a plasmar su leyenda para compartirla con todos vosotros, eso sí, que quede claro que esta versión está escrita por mí con todo lo que conlleva; mi gramática, vocabulario, imaginación, etc.


LA MUERTE QUIERE SER MADRINA (Parte 2)

Como bien prometiera La Muerte siete años atrás,  visitó a su querido ahijado el día de su séptimo cumpleaños para otorgarle una salud de hierro. Años más tarde apareció en la fiesta de su décimo quinto aniversario para concederle el poder de la sabiduría. Y por último, y no menos importante, asistió a la celebración de su vigésimo cumpleaños para regalarle el don del éxito.
Una vez más, La Dama de Negro hacía su entrada triunfal. Sin previo aviso, como ya era costumbre en ella, la puerta de la casa del campesino y su mujer se abrió de un solo golpe ante la atenta mirada de todos los invitados. Un halo de penumbra y tristeza inundó todo el salón, comenzó a llover ceniza y la tétrica madrina apareció entre la oscura y desolada niebla.
- ¡Buenas tardes familia! Hoy es el gran día. Me gustaría hablar a solas con mi querido ahijado, así que Ignacio, ven conmigo a tu habitación. - Dijo La Muerte.
- Por supuesto madrina, estaré encantado de charlar contigo. - Contestó el hijo del campesino.
- Hace mucho tiempo prometí a tu padre que te colmaría de grandes éxitos y glorias, que haría de ti un hombre rico y respetable, y como siempre cumpliré mi promesa. Ya es la hora. - Comentó La Muerte.
- ¿Y cómo lo harás querida madrina? - Preguntó Ignacio.
- Serás el mejor médico de toda la comarca. - Respondió La Muerte muy segura de sí misma.
La peculiar madrina sacó de su bolsillo unas ramitas y se las enseñó a su ahijado.
- ¿Ves estos hierbajos? Son mágicas, pueden salvar muchas vidas, únicamente tendrás que decirle a las familias del paciente que preparen una infusión con ellas, de esta forma el enfermo sanará en un breve espacio de tiempo.
- ¿Así de fácil, madrina? - Comentó el ahijado muy intrigado.
- Sí, aunque has de tener algo muy en cuenta; cuando visites a la persona enferma y te acerques a ella yo estaré allí, sólo tú me verás, para el resto permaneceré invisible. Asimismo, si aparezco en el lado derecho de la cama significará que con las hierbas podrás curar al enfermo, por el contrario, si aparezco en el lado izquierdo de la misma querrá decir que no podrás utilizar las hierbas mágicas, ya que el paciente estará destinado a morir y no podrás salvarlo. También recordarte que las hierbas jamás se secarán ni se gastarán, no importa cuantas veces las utilices, siempre permanecerán frescas. - Le explicó La Muerte.
- Me parece justo. - Dijo Ignacio.
- Recuerda esto mi querido ahijado, ¡nunca desobedezcas mi decisión, las consecuencias de romper el trato pueden ser devastadoras para ti, y no quiero hacerte daño! - Añadió la madrina.
- Así será, querida madrina. - Asintió su ahijado.
La Muerte, tras rozar la frente de Ignacio con su huesuda y congelada mano, se esfumó en un suspiro. La penumbra y la ceniza desaparecieron y los rayos del sol volvieron a atravesar las ventanas de la habitación. La claridad había vuelto al humilde hogar.

Pasaron un par de días desde la última visita de su madrina e Ignacio, con la ayuda de sus padres, comenzó a divulgar por el pueblo que podía curar cualquier tipo de enfermedad con un brebaje que sólo él sabía preparar.   Pronto llegaron los primeros pacientes, y como bien prometía el joven, salvó decenas de vidas, aunque también anunció la muerte de otras tantas. El principiante médico comenzó a reunir todo el oro inimaginable, se convirtió en un hombre apuesto y consiguió subir a la clase media-alta del país.
Esta noticia corrió como la pólvora por toda España; se decía de él que tenía poderes mágicos y que con tan solo unas hierbas lograba sanar enfermedades que ningún otro estudioso podía curar, sin embargo, también se cuchicheaba en voz baja que predecía la muerte y que nunca fallaba.
Un día, picaron a la puerta del joven médico.
- ¿Eres el famoso doctor que todo lo cura y que predice la muerte? - Preguntó un señor bien trajeado.
- ¡Sí, el mismo que viste y calza!. - Respondió Ignacio con una gran sonrisa.
- Soy un enviado de la corte. La princesa Aurora solicita sus servicios, el rey ha enfermado y quiere que sólo usted trate su enfermedad. - Informó el mensajero real.
- Está bien, iré al palacio encantado y haré todo lo que esté en mis manos. - Contestó el joven.

Una vez llegados a palacio, el mensajero escoltó al joven hasta la habitación del rey. Allí se encontraban la esposa y la hija de éste, Micaela y Aurora. Las dos mujeres lloraban sin cesar mientras agarraban la mano del emperador más bondadoso y honesto que había existido hasta el momento.
- ¡Por favor doctor, tiene que salvar a mi padre! - Gritó la princesa.
Ignacio, se acercó al rey muy cauteloso y preocupado. En ese mismo instante apareció La Muerte en el lado izquierdo de la cama.
- Lo siento, pero no puedo ayudar a vuestro padre. Tiene tal enfermedad que hasta a mí me resultaría imposible de curar. - Dijo Ignacio cabizbajo.
-¡Te lo suplico! ¡Sálvalo! Mi padre ha sido el monarca más bueno que ha existido hasta el momento, ha traído la prosperidad a nuestro país, sin él se tornará de negro y regresarán las guerras.
Ignacio miró a su madrina y le rogó con su mirada que le permitiera salvar la vida del rey. La Muerte, se negó en rotundo. El joven médico hizo caso omiso a su madrina y le ofreció las hierbas a la reina y a la princesa. Acto seguido, el cocinero de la corte preparó una infusión con esas ramitas y se la dio a Aurora para que ayudase a su padre a bebérsela. Tras tomar toda la infusión, el rey comenzó a sentirse mucho mejor y, muy agradecido, le ofreció al joven que fuera el médico personal de la corte y que viviera con ellos, al igual que el resto de los trabajadores reales.
La Muerte, tremendamente disgustada, le dijo a su ahijado que fueran a una habitación los dos solos.
- ¡Me has desobedecido! - Exclamó su madrina. - ¡Te dije que no podías llevarme la contraria! ¡Te dije que el desobedecerme traería grandes consecuencias, y no precisamente buenas!
- ¡Lo siento madrina! Me dio mucha pena ver a la princesa llorar por su padre y no pude evitar darle las hierbas. Además, el rey es un hombre muy bondadoso y cuida mucho del pueblo ¡Perdóname amada madrina! ¡No lo volveré a hacer más! - Suplicó Ignacio.
- ¡Está bien ahijado! Te amo mucho y no quiero hacerte daño, ¡pero que sea la última vez que me llevas la contraria! - Respondió La Muerte muy disgustada.

Pasaron los meses e Ignacio y Aurora se enamoraron; comenzaron a salir juntos y proclamaron su amor a los cuatro vientos. Era la época más feliz del ahijado de La Muerte; gozaba de gran salud y belleza, era un médico muy respetado, había logrado ascender a la clase alta y estaba emparentado nada más y nada menos que con la hija del rey.
Un día, la amada del joven picó en sus aposentos.
- Querido Ignacio, el bebé de mi mejor amiga ha caído enfermo, ¡tienes que sanarlo!. - Solicitó la princesa.
- Está bien, visitaré al pequeño niño y haré todo lo que pueda, pero tranquilízate mi vida. - Respondió el médico.
El joven se acercó a la cuna donde se encontraba dormido el niño y esperó a que su madrina hiciera acto de presencia. Una vez más, La Muerte apareció a la izquierda de la cuna. Ignacio le dijo a su amada que ya nada podía hacer por él.
- ¡No, por favor! ¡Ayuda a mi amiga! No quiero verla sufrir, debes salvar a su hijo, ¡te lo ruego amado mío!  - Le pidió la princesa con lágrimas en los ojos.
Por segunda vez, Ignacio desobedeció a su madrina y entregó las hierbas a la madre del bebé para que le preparase la infusión. Horas más tarde el pequeño niño se sanó completamente y todos los de la corte agradecieron notoriamente los servicios del médico real.
Cuando Ignacio regresó a sus aposentos una enorme neblina negra comenzó a cubrir todas las paredes y unos truenos infernales golpeaban el frío mármol de aquella habitación.
- ¡Pero qué has hecho ahijado! ¡Te dije que no volvieras a llevarme la contraria! ¡Te lo recalqué mil veces! ¡No me queda otra que castigarte, aunque me duela el alma.! - Gritó La Muerte.
- ¡Madrina, te lo ruego! ¡Perdóname, no pude dejar morir al bebé, es tan solo un niño! Además, si lo dejaba morir mi amada estaría llorando durante semanas, no podía dejar que eso sucediera. - Respondió el joven medico.
- ¡Ignacio, sabes que te lo advertí! Debería castigarte por ello, pero no puedo. Eres parte de mi esencia y mi amor por ti no se podría contar con estrellas. De acuerdo, te daré una última oportunidad. ¡No me falles! Recuerda esto, nunca más has de desobedecerme, te lo digo por tu bien. - Advirtió La Muerte.
Ignacio llorando de felicidad besó los pies de su madrina una y otra vez, ¡se había salvado! Pensó que nunca más rompería el trato, estaba seguro al cien por cien. La Muerte por su parte se marchó de palacio convertida en una nube mientras su ahijado seguía besando el suelo que pisaba.

Una buena mañana, la princesa despertó muy enferma. Ignacio se temía lo peor y no quería estar al lado de su amada, estaba aterrorizado. De esta forma, dejó la salud de la princesa es manos de los mejores doctores de palacio. Sin embargo, ningún médico podía curarla, ninguno sabía qué tipo de enfermedad padecía. El joven médico quería mantenerse al margen para evitar una decisión que podría ser fatal, pero no podía ver morir a su amada. Decidió que ya era hora de de envalentonarse.
Ignacio, compareció en la habitación de Aurora, con mucho temor se acercó a ella y esperó a que su madrina apareciera de nuevo. Era la primera vez que el joven temblaba de miedo por ver a La Muerte, ¿qué decisión podría tomar esta vez? ¿Sería negligente con él? Sólo su madrina tenía la respuesta.
Un par de minutos después, La Muerte apareció... Desgraciadamente en el lado izquierdo de la cama. El joven lloró, se arrodilló y suplicó con sus miradas que lo dejara salvarla, pero La Muerte se negó. Por tercera vez, Ignacio decidió desobedecer a su madrina y le preparó él mismo la infusión a la princesa, no obstante, Aurora nunca se recuperaría. El ahijado de La Muerte, sin entender nada, rogó a su madrina que la salvara, pero ésta se negó en rotundo. Enfadada, tremendamente enfadada, agarró a su ahijado de la mano y lo llevó hasta un lugar que solo conocía ella.
- ¿Qué es esta cueva? ¿Dónde estamos? - Preguntó Ignacio.
- Esta es mi casa. - Contestó La Muerte. - ¿Ves todas esas velas? Cada velita representa la vida de una persona; las más largas pertenecen a los recién nacidos, las medianas pertenecen a las personas de mediana edad y las más cortas y titubeantes pertenecen a los ancianos y a los enfermos que ya nada se puede hacer por ellos.
- ¡Por favor madrina, no me mates! ¡No apagues mi vela! ¡Perdóname por ser un mal ahijado! - Imploró el joven mientras agarraba fuerte las escuálidas piernas de La Muerte.
- ¡Escúchame querido Ignacio! ¿Ves esa vela que está apunto de consumirse? Es el alma de la princesa. Aunque yo quisiera curarla ya no podría. Su llama está apunto de apagarse y la cera de su vela es casi inexistente, ya no está en mis manos su vida, el destino ha hablado. ¿Ves la vela tan larga que hay justo a su lado? Es la tuya, querido mío, a ti aún te queda mucho por vivir. - Dijo La Muerte.
Al oír estas palabras, el joven se levantó del frío suelo de las tinieblas y se acercó a la vela de su amada.
- ¡Puedo darle más llama con mi vela! - Gritó el joven.
- No serviría de nada, su vida no duraría más de dos días, su cera se ha consumido casi por completo. - Respondió la muerte llena de dolor y rabia.
- ¡Dame otra oportunidad! - Suplicó Ignacio.
- El único regalo que yo puedo concederte es apagar tu vela y la de tu amada a la vez para que volváis a estar juntos, pero es algo que no quiero hacer, te amo con locura y no quiero arrebatarte la vida. - Contestó La Muerte sumergida en un ambiente de tristeza y oscuridad.
Ignacio la miró y ésta supo entender qué debía hacer. Posó los dedos en ambas velas y las llamas se ahogaron a la vez. Su amado ahijado yacía en sus brazos, mientras que la princesa expiraba su último aliento en sus aposentos, por fin volverían a estar juntos.
La tétrica madrina quedó totalmente desolada. Por primera vez había sentido tristeza, un sentimiento que jamás había experimentado hasta aquel día. Rota de dolor y con su ahijado aún en los brazos, dijo:
- Estoy llorando aunque de mis vacías y oscuras cuencas no salgan lágrimas.


FIN...

Parte segunda escrita por Melodi Rodríguez Luque.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Cuento - El ahijado de la muerte (I)

Versión original: cuento popular español, siglo XV
Autor/ autores: desconocidos, leyenda de España
Posterior versión: Hermanos Grimm, siglo XVII - XVIII
Título Latino: El ahijado de la muerte (llevado al cine en 1946)
A continuación, daré paso a la primera parte de la historia original de "La muerte quiere ser madrina", escrita con mi toque personal pero siendo fiel al argumento, sobre todo, al final que han modificado tantas veces diversos países. Quiero dedicárselo a todos los autores españoles desconocidos que han sufrido un gran plagio durante siglos y que han visto cómo escritores extranjeros se llevaban el mérito de sus obras. ¡Va por ellos!


LA MUERTE QUIERE SER MADRINA (Parte 1) 

En un pueblo español, a mediados del siglo XV, un humilde campesino y su amada mujer fueron bendecidos con el nacimiento de un hermoso y a la vez débil hijo varón. Los padres, que eran conocidos en aquel lugar por su pobreza, no encontraban a nadie que quisiera ser padrino de su bebé, ya que para una familia de clase media no era de buen prestigio acoger a un muerto de hambre. El fiel esposo, tras ver llorar a su mujer durante días, decide coger a su hijo en brazos y partir hacia otros pueblos en busca del tan preciado padrino.
- No te preocupes mi vida, te prometo que encontraré a un padrino especial que sea digno de nuestro primogénito. - Espeta el marido a su esposa mientras envuelve al niño en una manta para marchar.

Poco tiempo llevaba el campesino atravesando un camino desértico cuando se cruzó con un ser vestido con una larga túnica roja que dejaba entrever un rabo negro y el cuál sostenía una cornamenta encima de su cabeza.
- ¡Hola José! - Dijo El Diablo. - Tengo entendido que estás buscando un padrino para tu hijo, aquí lo tienes, no busques más. Yo soy el indicado para ese puesto. Colmaré a tu pequeño bebé de una gran fuerza, será respetado y temido, nadie se burlará de él y tendrá una salud de hierro.
- Agradezco tu ofrecimiento, pero no puedo aceptarlo ya que eres el ser que trae el miedo a nuestras casas, provocas guerras entre nuestras aldeas y arruinas nuestras cosechas. No conoces el sentido de la justicia y de la bondad, solo conoces la maldad, nadie querría acercarse a mi hijo. - Argumentó el campesino.
El Diablo rebufó por el rechazo al que se había visto expuesto y desapareció entre una gran humareda negra dejando un rastro de vanidad y lujuria a su paso. 

José continuó su búsqueda pero sin ir demasiado lejos, pronto escucharía una voz dulce y cálida que llamaría su atención de inmediato, giró la mirada y vio a un hombre sentado en una roca, estaba envuelto por una luz blanquezina y rodeado de vegetación y criaturas del bosque.
- José, yo seré el padrino de tu precioso bebé. - Dijo el Santo. - Como bien sabes, soy una divinidad carente de pecados y repleto de bondad y honestidad. Yo llevará a tu hijo a una gloria celestial y será la persona más maravillosa del universo.
- Muchas gracias Santo, pero no eres lo que estaba buscando. Eres demasiado bueno y además eres muy pobre, contigo mi hijo estaría en una pobreza absoluta, no conocería el significado de la fuerza y del trabajo, no llegaría a ser un hombre respetado. Lo siento, pero he de rechazar tu petición. - Contestó el campesino.
El Santo, algo dolido, aceptó amablemente la decisión de José y desapareció entre las hojas de los árboles.

El campesino continuó su andanza hasta que de las frías tierras surgió un alma en pena vestida de negro sosteniendo una gran y afilada guadaña. José aterrorizado se arrodilló y comenzó a suplicar.
- ¡No me mates, por favor! ¡No me lleves contigo! ¡Aún no quiero morir! - Le rogó a La Muerte. - ¡Dame tiempo para encontrar un padrino que cuide de mi bebé y de mi esposa! - Continuó implorando entre sollozos. El campesino era todo un mar de lágrimas.
- Tranquilo José, no debes tenerme miedo. No quiero llevarte conmigo, quiero ser la madrina de tu vástago. Yo lo amaré más que a mí misma y lo colmaré de gloria - Contestó La Muerte.
- ¿Ser la madrina de mi hijo? Eres la muerte, ¡quién podría llevarte la contraria! Eres la todopoderosa, la única que tiene en sus manos la decisión de la vida y la muerte, la que protege las almas, la gente tiembla ante tu presencia. ¡Acepto! Serás su madrina. El bautizo se celebrará el sábado a las nueve de la mañana. - Respondió mientras se secaba las lágrimas.
- Te prometo que lo amaré por siempre. Lo sanaré, crecerá fuerte y sano, será inteligente y honrado, tendrá éxito en la vida y será un hombre rico y respetado. - Comentó La Muerte. 
- Muchísimas gracias, tú eras el ser que estaba buscando. Ahora mismo iré a hablar con mi mujer para darle la noticia. - Agradeció José.
Tras estas palabras La Muerte se esfumó por donde vino y el campesino retomó el camino a casa deseando contarle la magnífica noticia a su querida esposa. No podía aguantar las ganas de hacer feliz a su amada y verla de nuevo sonreír. ¿Le gustaría la madrina elegida? Se preguntaba con ilusión. Era obvio que La Muerte sembraba el terror en todo el pueblo, pero también había que reconocer que era la dueña de la vida y el ser más poderoso de la Tierra. ¡Claro que le encantaría!

Llegó la mañana del bautizo. Todos los allí presentes estaban intrigados por saber quién se había ofrecido para ser el padrino de aquel niño. Los murmullos no cesaban, aquello parecía un corral de gallinas en celo, el respeto había quedado olvidado para aquella familia. 
Los flamantes padres, que sostenían a su adorable y ya sano hijo, estaban de pie junto al cura esperando la llegada de la polémica madrina. El reverendo no aceptaba a La Muerte, y obviamente, días antes había estado buscando en las sagradas escrituras argumentos que impidiesen la presencia de este ente en su lugar sagrado, pero no obtuvo ningún resultado, así que a su pesar tuvo que permitir esta ceremonia. 
Don, don, don. Sonaban las campanas. Ya era la hora, había que dar comienzo a este bautizo. El clérigo, aliviado al ver que La Muerte no había llegado, se dispuso a bautizar a la pequeña criatura, pero de repente, las puertas de la iglesia se abrieron de par en par con tal fuerza que los tornillos salieron disparados. Acompañada por una ráfaga de viento y polvo de ceniza apareció La Dama de negro. El cura, horrorizado por aquella escena, paró la ceremonia y comenzó a temblar. El silencio se apoderó de la sala. El miedo penetró las entrañas de la muchedumbre, estaban aterrorizados. Nadie se arriesgaba a pronunciar palabra. A cada paso que daba La Muerte una persona espiraba, aquellos pobres desgraciados contenían la respiración. La esperada madrina seguía acercándose lentamente por aquel pasillo que se hizo eterno para todos, el tiempo parecía haberse parado. 
Una vez llegada al altar, La Muerte regaló a su ahijado una bolsa de oro y le musitó:
- Te visitaré cuando cumplas siete años, cuando celebres los quince y cuando hagas los veinte. A esa edad, ya mayor de edad, te culminaré de éxitos y glorias.
Cuando terminó su discurso, La Muerte acarició la frente del recién bautizado con sus fríos y esqueléticos dedos y se marchó entre tinieblas y sufrimiento. Un gran suspiro al unísono se escuchó en la iglesia, todos habían respirado a la vez. El miedo desapareció y los cotilleos regresaron a la celebración.
- ¡Nuestro hijo ya tiene madrina! - Gritó la madre del pequeño. 

Continuará...

- Parte Primera escrita por Melodi Rodríguez Luque.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

EL DESCENSO

Agarré tu mano con ansia pero no tuve la fuerza suficiente para evitar que cayeses. Mientras veía como descendías por ese acantilado pensaba cómo sería a partir de ahora mi mundo sin ti, Seguías cayendo sin alejar tu mirada de mis pupilas, esas canicas negras que estaban reflejando tu triste final. El mar reclamaba tu cuerpo y las rocas esperaban penetrar tus delicados huesos. Cuatro lágrimas saltaron de mis mejillas para acompañarte en tu descenso, se posaron en tus labios y caíste sin más recelo. Eras picadillo para las piedras y almuerzo para las gaviotas. Me aferré fuerte a los hierbajos que yacían al filo del despeñadero, y mis manos comenzaron a  sangrar tras clavarme las afiladas piedrecitas que cubrían aquel rocoso suelo. No me importaba, tal dolor no era comparable con la pérdida de tu alma. Desde allá arriba vi cómo te desintegrabas en tan solo cinco minutos, la ley de la naturaleza hizo su función, eras carne de cañón. Desapareciste, ni tu cuerpo me quedaba para el recuerdo. No podría celebrarte un funeral digno de tu ser, no podría guardar tus cenizas para arrojarlas posteriormente a ese mismo abismo que te arrebató de mis brazos. Lloré, sí. Lloré desconsoladamente y deseé la muerte. Intenté incorporarme para arrojarme al mar y regresar contigo, pero no pude, algo me lo impedía. Un pesar en mi espalda me inmovilizó en aquel lamentable momento, ni mis manos ni mis pies reaccionaban a mis deseos de poner fin a esta agonía. En un último intento de llegar a ti me arrastré como pude y salté al abismo. El suicidio se me hizo eterno. No veía la hora en que mi cabeza golpeara contra aquellas rocas del infierno. Durante mi descenso vi las aguas enfadarse y las aves picotear mis cabellos. Vi las nubes disiparse y el tiempo frenar sus agujas. De repente, una luz blanquecina deslumbró mi vista produciéndome un desmayo casi inmediato. Pude apreciar el fin de mi existencia y la cercanía de tu persona a mi corazón. Un amor cálido me envolvió y sentí esa sensación tan placentera que sólo tú sabías darme en aquellas noches de pasión tan placenteras. Siento acariciar mi piel por unas sábanas blancas de seda. Siento cómo el sol calienta mi cuerpo y percibo tu aroma muy cerca de mi ombligo. Un fervor irrumpe mi alma y mi cabeza arde en deseo. Abro los ojos y estás aquí, entre mis piernas, proporcionándome el placer que sólo tu sabes darme. Buenos días mi amor.

sábado, 3 de noviembre de 2012

LARA CROFT

Hoy, si me lo permitís, quiero dedicar esta entrada a uno de mis ídolos de la infancia, adolescencia y madurez, Lara Croft. ¿Por qué? Muy simple, me gusta compartir con todos vosotros un poco de mi vida y no saturaros con tantos relatos y cartas. De vez en cuando viene bien que conozcáis mis gustos y aficiones.

El 1 de diciembre de 1996 se lanzó a la venta la primera entrega de la saga de Tomb Raider, cuyo único personaje jugable lo protagonizaba una mujer, Lara Croft. Un dato muy interesante en aquella época ya que por primera vez en toda la historia de los videojuegos la figura femenina comenzaba a cobrar relevancia. No podemos olvidar la majestuosa anatomía y el carácter peculiar de la asaltatumbas cibernética; mujer de armas tomar, carácter frío y calculador, voluptuosa delantera, curvas peligrosas, piernas infinitas, labios carnosos, sexualidad desbordante y munición ilimitada, en fin, todo lo que se puede pedir a la mujer ideal. Causó tanta expectación este personaje femenino que los fans del videojuego deseaban conocer en persona a la protagonista. Debido a este hecho, las compañías Core Design y Eidos Interactive (ya desaparecidas) se vieron en la obligación de buscar a una modelo y/o actriz que encarnara a Lara Croft para satisfacer los deseos de sus miles (y posteriormente millones) de seguidores. Para ello contaron con la desconocidísima modelo Nathalie Cook, quien duró muy poco en el papel (1996-1997), ya que fue contratada cuando el videojuego llevaba varios meses en el mercado y no tuvieron tiempo para realizar un elaborado casting es busca de una mejor representante.
Tampoco podemos olvidar que Tomb Raider, junto con el videojuego Quake, introdujo el 3D en el mundo de las consolas, un hecho totalmente revolucionario y que marcaría historia. Aquí dio comienzo la REVOLUCIÓN TOMB RAIDER, y también dio comienzo mi fascinación por el personaje a la temprana edad de ocho años. 
¿Cómo llegó a mi poder este videojuego a esa corta edad? Gracias a mi padre, un gran aficionado de las videoconsolas. Él fue quien compró la segunda entrega de la saga, Tomb Raider - The dagger of Xian, (sí, comprar, por aquel entonces no existía la piratería, eso surgiría dos años después) y me introdujo en el mundo de Lara Croft. Recuerdo cuando jugaba a sus partidas guardadas, ya que los niveles eran demasiado complicados debido a esos puzzles enrevesados, ¡era difícil hasta para mi padre! Aún recuerdo la pantalla de Venecia, donde había que conseguir entrar por un portón que se cerraba con tiempo limitado y había que pasarlo buceando por abajo (quien sea fans sabrá y recordará de qué estoy hablando). A partir de entonces, me volví una seguidora innata de Lara Croft; soñaba con ser ella, coleccionaba todos sus juegos, los pósters, las guías de pantallas, los suplementos de las revistas y las numerosas muñecas que salieron a la venta. Sí, me volví una gran fan. Vi en ella a una heroína, un personaje que reivindicaba los derechos y la fortaleza de la mujer; valiente, fuerte y sin miedos. Fue mi modelo a seguir y crecí con ella, con Lara Croft.    

Por todo ello, realicé hace unos cuatro meses una Web dedicada a la saga TOMB RAIDER, la cuál hoy quiero compartir con vosotros. En ella podréis disfrutar de las últimas noticias, conoceréis a fondo cada entrega, cada modelo, cada actriz, cada cómic. ¡No te la puedes perder!


lunes, 15 de octubre de 2012

CIERRA LOS OJOS

 Consuelo Eterno
C/ Esperanza, nº 2
CP/ 25120

En Los Ángeles a 1 de noviembre de 1994

Hoy te escribo antes de partir, hoy que aún me quedan fuerzas para despedirme de ti.

Me enamoré nada más verte, eso ha sido obvio durante todos estos años.
Tus grandes ojos azules me hechizaron y tu tez blanca como la perla sedujo mis entrañas. El destino decidió que fueses para mí y te alojó en mis brazos. Eras tan hermoso y tan puro que no pude apartar la mirada de ti, no pude ignorar el bello cosquilleo que avivabas en mi vientre. Tu olor, tu tacto y timbre de tu voz provocaron que decidiera hacerte mío sin tan siquiera titubear. Sí, lo tenía muy claro, no podía dejar pasar esa oportunidad que me regalaba la vida para ser feliz y sentirme completa.
    
Han sido muchos años los que hemos pasamos juntos. Han sido decenas de lágrimas, cientos de sonrisas y mil anécdotas. Hemos compartido el mismo amanecer, el mismo anochecer, e incluso la misma cama. Caminamos durante un largo tiempo por el mismo sendero, nuestros caminos nunca se desviaban.
Crecimos juntos. Tú me aportabas conocimientos nuevos y yo te respondía con mi sabiduría. Paseaba por la calle agarrada de tu mano. Comíamos juntos. Íbamos al cine. Dormíamos abrazados en el sofá dándonos calor en las noches más frías. Te cuidaba cuando caías enfermo y me mimabas cuando veías que mis fuerzas se debilitaban. Éramos dos en uno. Yo era tu hombro sobre el que llorar y tú eras mi razón de vivir. Como el sol a la mañana nos necesitábamos para vivir. Éramos luna y noche, sol y día, lluvia y río, alumno y maestro, dos pilares que necesitan el uno del otro para existir.
Tus caricias, tu aroma, tu llanto, tus ruiditos cuando dormías y tu personalidad, me hacían despertar con gran tesón y siempre deseaba volver pronto a casa para deleitarme con tu agradable compañía. Eras y eres único, especial, mi segunda mitad, sólo y por siempre mío.

Los años pasaban y todo parecía ir sobre ruedas pero olvidamos algo muy importante, el tiempo no perdona a nadie, la inmortalidad no existe.
Hemos tentado a la suerte, mi reloj está a punto de marcar sus últimas horas y sigo agarrada de tu mano, no quiero soltarla, no quieres soltarme. Ojalá pudiera parar el tiempo y hacer de este momento algo eterno, pero lamentablemente no puedo ir en contra de la naturaleza, hoy he de decirte adiós, quizás hasta pronto. 
Sin apenas darnos cuenta mi tiempo aquí ha finalizado. Es ley de vida que tú vivas y yo muera. Envejecí a tu lado, te enseñé todo lo que estuvo en mi mano para que te hicieras un hombre fuerte y honrado. Mi cuerpo arrugado y marchito me suplica descansar. He de marcharme y dejar que sigas avanzando solo.
Terminé el libro de mi vida, pues ya no me quedan más páginas que rellenar, lo acabé contigo. Sin embargo, tú aún tienes páginas suficientes para seguir escribiendo tu historia, aún tienes tiempo para enamorarte por segunda vez y la obligación de trasmitir tu sabiduría a otro pequeño ser puro de tez blanca y grandes ojos azules. Aún te queda sentir las mariposas en el vientre al ver nacer a tu hijo, cogerlo en los brazos y sentir que es tuyo, sólo y por siempre tuyo. Te queda mucho por vivir hijo mío, te quedan muchas anécdotas que compartir.

Te ruego que no llores cuando mi cuerpo no esté presente. No llores cuando mi alma se vaya lejos. No pienses de qué forma me abrazarás cuando no puedas tocarme. No imagines de qué forma me oirás cuando mis palabras no surquen tus vientos. No sufras por echarme de menos. Sonríe por el hecho de haber compartido toda una vida a mi lado y sonríe por haber llenado tu mente de mis recuerdos.  Valora todo lo que has vivido junto a mí y nunca tendrás que añorarme, valora hasta nuestros últimos días juntos y siempre estaré a tu lado, protegiéndote y velando por ti.
Las personas buenas y amadas no se van, no se pierden, no se echan de menos ya que siempre están y estarán ahí, en tu memoria, en tus pensamientos y en tu corazón. Querido hijo, cuando me necesites cierra los ojos y volverás a estar conmigo.

Siempre serás mi niño.
Te ama, mamá.

lunes, 1 de octubre de 2012

UN TRIUNFO AMARGO

Desde las gradas observo ensimismada el partido. Tan sólo quedan dos minutos para su final y ambos equipos permanecen empatados. El ambiente se vuelve hostil; el público abuchea a los jugadores, el entrenador escupe una gran verborrea digna de estudio, los suplentes parecen estar poseídos y el árbitro comienza a difamar. En una esquina permanece casi inerte un jugador que resalta por su baja estatura y su extrema delgadez. Podría decirse que es el bufón del equipo; ese al que abuchean, ridiculizan y olvidan que existe cuando todos regresan a casa. En un desesperado intento por hacer cambiar la opinión de todos los allí presentes comienza a correr como nunca lo había hecho, algo sobrehumano había despertado en él. Con gran rabia consigue rescatar el balón, toma impulso saltando sobre la espalda de un compañero y anota el tanto del triunfo. Los espectadores se vuelven loco con él; le ovacionan, le tiran flores y reclaman su nombre, Pero nada pueden hacer para reavivar su débil y triste corazón que dejó de latir antes de tocar el suelo.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

QUERIDA CRISTINA


Soledad Sin Calzada
C/ San Vacío, nº Ninguno
CP/ 13666
En San Francisco, a 7 de Agosto de 1969


Querida Cristina, qué decir que ya no sepas, porque allí estabas tú.

Sola, así era como pasaba las horas antes de conocerte. 
En un banco del parque desayunaba todas las mañanas acompañada por el cantar de los pájaros y el murmullo de la gente que pasaba por mi lado con cara desencajada. Allí estabas tú, pero yo inmersa en mis fantasías no notaba tu presencia; mi manía persecutoria te borraba de mi foco perceptivo. Voces que decían, voces que criticaban, voces y más voces que me dañaban. ¡Maldita sea! ¿Por qué no se callan? Más gente y a su vez más voces. No conseguía verte, el zumbido de un mosquito me distraía y el llanto de un niño me irritaba. ¿Por qué no se calla? 
Sonó la campana. Agitada me levanté, me dirigí a clase y allí estabas tú, sentada, mirándome fijamente, parecías llamarme con tu silencio, y así fue. Me senté a tu lado alejadas del resto de la clase. ¡Qué agradable! Al fin alguien que no decía, que no murmuraba, que no criticaba. Te miré. Me miraste. Te sonreí. Me sonreíste. Agachando la mirada sonrojada sentí tu aliento recorrer todo mi ser. Hasta ese momento no recuerdo una sensación tan hermosa como tu resuello en mi cuello; una brisa fresca que me llenaba de energía y paz interior. A partir de ese día nos hicimos inseparables, tú, yo y mis historias inalcanzables. Ya no volví a desayunar sola en aquel parque. Estaba contigo acompañada por las voces de esos primates; voces que decían, voces que criticaban, voces que reían pero ¿por qué no se callan? Y ahí estabas tú. Me hacías olvidar aquellos sonidos virulentos que penetraban en mis sentidos. Me rozabas la mano y erizando toda mi piel calmabas mi ser más inicuo, ese que estaba deseando salir para cometer el mayor de los pecados.

Pasamos largas horas en casa frente al espejo. Me peinabas. Te peinaba. Me sonreías. Te sonreía. Siempre estabas ahí cuando lo necesitaba. Eras la única que me escuchaba, que me entendía, que me aconsejaba.
Dibujábamos paisajes en las paredes mientras las voces de mis padres decían, murmuraban, gritaban. “¿Qué estás haciendo?” “¡Para!” No necesitaba a nadie más, ni siquiera a mi familia, todos representaban un incordio. ¿Por qué no me dejaban ser feliz a tu lado?
Quisieron separarme de ti. Pensaban que estaba loca, que por hablar contigo había perdido toda la cordura. Aún así nos veíamos de vez en cuando pero nuestros encuentros se iban reduciendo a medida que pasaba el tiempo, esas pastillas del diablo me hacían olvidar todo tu recuerdo. No lograba recordar donde quedábamos, a qué hora te veía, a qué hora nos despedíamos. 
Dejamos de vernos. ¿Qué pasó? ¿Dónde estás? Te echo de menos.

Estoy entre cuatro paredes blancas, otra vez sola.
¿Cuándo fue la última vez que estuvimos juntas? No lo sé, no lo recuerdo.
¿Y mi familia? ¿Por qué no sé nada de ellos? ¿Qué está sucediendo?
Voces extrañas procedentes de gente con bata blanca hablan, murmuran. Dicen que presento ideas delirantes, alteración de la percepción, distorsión del pensamiento, aislamiento, negación de la realidad y abulia; diagnóstico, esquizofrenia paranoide. 
Hace poco me regalaron un espejo por mi buen comportamiento y... te vi, ¡eras mi reflejo! ¡Sabía que no me abandonarías! Ahora cada mañana al despertar me dirijo al gran cristal que hay colgado en la pared para poder estar contigo. Me pongo justo enfrente y ahí estás. Te miro. Me miras. Te sonrío. Me sonríes. Agacho la mirada sonrojada y recibo un hálito de aire en mi cuello que me alegra la mañana. Estoy feliz porque sé que existes, yo te veo pero nadie lo admite. Quizás andan más preocupados en las voces que dicen, que critican, que murmuran al igual que hacía yo antes.
He dejado de tomar esos caramelos de colores que me borraban tu recuerdo. Ahora soy feliz porque estás aquí, callada, sin decir nada.
Porque creo y creeré en ti.

Soledad Sin.

sábado, 8 de septiembre de 2012

ELLOS


La sociedad y yo. Sus pensamientos y los míos. La normalidad y mi atipicidad. Su cordura y mi ¿locura?
Ellos. Esa especie considerada racional por el hecho de pensar. ¿Pensar? Es el nuevo término empleado para denominar todo acto que lleva a la destrucción de su ambiente natural, aquél que permaneció millones de años impune hasta su llegada. También hace referencia a las conductas que ejercen un poder inicuo e injustificable sobre sus iguales: vejaciones, suicidios, maltratos, violaciones, holocaustos, guerras y demás. Al parecer, todas estas calificaciones les hacen ser la única especie inteligente capaz de eliminar a sus semejantes sin motivo aparente.
Tan perspicaces se creen que presumen de libertad cuando viven encarcelados por sus propios prejuicios. No son capaces de ser ellos mismos, o no quieren o tienen miedo de mostrar su verdadera personalidad, por lo que viven en un carnaval constante.¡Abundan los disfraces! Se consideran independientes y sin embargo, dependen unos de otros para sobrevivir en esta falacia. 
Forman grupos, antónimo de independencia. Visten todos iguales, sinónimo de secta y aún así, ¡se atreven a decir que son autosuficientes! Consideran como normal tener el mismo pensamiento, aunque carezcan de personalidad propia. Necesitan en todo momento seguir a un líder (aunque sea el perro de mi vecina) que les aleje de responsabilidades para que sus escasas neuronas, si es que les quedan, puedan seguir realizando las funciones de respirar, andar, comer, follar y dormir... Que ya de por sí es bastante trabajoso levantarse todos los días de la cama. ¡Chicos, con calma! No vaya a ser que penséis demasiado.

A veces me gusta caminar por la calle con música en mis oídos para evadirme de cualquier tipo de estímulo  y así reflexionar más calmadamente mis discrepancias con el mundo que me rodea. 
Ellos. Ese grupo de cucarachas a penas diferenciables entre sí que se resguardan en una esquina y te observan. Miradas extrañas. ¡Qué coño miran! Y se ríen. ¿Quizás de mí? Sigo caminando acompañada por mi palpitar, por mi respiración y por la imagen de mis zapatos pegados a una sombra que parece querer abandonar esta solitaria oveja negra. El sonido de una ambulancia retumba en mis tímpanos. Otra mujer muerta a manos de su marido, pero sigue siendo racional, ya que la culpa ha sido de la enajenación mental y no del hombre. Una excusa más para eludir la verdad de nuestra sociedad, ¡no somos tan racionales como queremos aparentar!

Regreso a casa después de mi breve paseo y oso poner la televisión, el gran invento de lavado de cerebros, ¡estoy "to loca"! Juzga las pasarelas de modelos por la presencia de muertas en vida a la vez que emiten las imágenes, seguidamente unos anuncios sobre pastillas adelgazantes, máquinas para perder peso y por supuesto esqueletos como protagonistas. A continuación, la entrevista con un doctor donde da explicaciones de cómo hacer una buena dieta y nos elabora todo un esquema con los índices corporales que debemos tener para estar ¿sanos o delgados? Falsa moral. 
Cambio de canal. Política. Un nuevo adolescente vuelve a asesinar, pero como es de esperar fue culpa del episodio de descontrol explosivo. ¡No seamos mal pensados! Y por si no ha quedado claro, detalles explícitos sobre el asesinato, por si algún zombi anda despistado y luego no sepa cómo utilizar un machete. Ahora quieren endurecer la ley del menor, pero ¿no fueron ellos mismos quienes votaron a favor? 
Sigo en el mismo canal. Sueltan a un violador y vuelve a reincidir. Me pregunto. ¿Para qué lo dejan libre? Encuentran en un monasterio fetos enterrados, pero ¿no tienen que guardar el celibato? Otro sacerdote denunciado por pederastia. ¡Y se atreven a decir que abortar es pecado! 
Siguiente canal. Cultura. El Papa comenta delante de millones de personas que el condón aumenta las enfermedades, pero ¿se ha puesto uno alguna vez? La iglesia, algunos políticos y algún retrógrada que otro, dicen que la homosexualidad es una enfermedad y un pecado irrefutable. ¿Acaso padecen algún déficit que les impida realizar alguna actividad cotidiana? ¿Pecado? ¿Han cometido algún delito? Pregunta retórica.
¡Y a mí me llaman loca! Tanta discordancia me desconcierta. 
Acabo apagando el televisor antes de que me produzca una lobotomía y olvide quién soy. ¿Y ahora qué? Continuo con mi indignación y cagándome, con perdón, en esta maldita humanidad. 

Ellos, que tan orgullosos se sienten por pertenecer a la estandaridad de la población, no son conscientes de que esa normalidad es enfermiza. Han forjado todo un campo de concentración compuesto por borregos y un pastor, la ignorancia. Tienen miedo de ser diferentes, claudicando de ser especiales. Les aterroriza la idea de ser discriminados y de ahí a que vivan acomodadamente entre mentiras y asesinatos. Prefieren la resignación antes que su armonía interna, antes que ser ellos mismos.
Yo, que me considero inhumana, asocial, atípica, incluso puedo parecer autista por mi actitud indiferente hacia esas moscas que me rodean, prefiero vivir en mi utopía y ser consecuente de mis actos (producto de mi personalidad) antes que ser una marioneta más de esta sociedad. No quiero ser normal. No quiero ser racional. No quiero ser uno de ellos. Quiero ser especial, dejar mi esencia en esta selva sin provocar daño a los demás, quiero sacar sonrisas. Me cansé de tanta intransigencia e hipocresía.
Desde hoy, he dejado de considerarme "persona", para ser "YO", con todas las consecuencias que acarrea.

viernes, 31 de agosto de 2012

TRAICIÓN


Despechada. Melancólica. Defraudada. Simplemente decepcionada, y no por amor.
Creí que dejé las cosas claras. Pensé que me daba a respetar. Tenía total seguridad en que nadie más me fallaría, pero no fue así. Se me olvidó que la conveniencia mueve montañas, derriba muros, forja caminos de espinas y abre sendas de falsedades y mentiras. Olvidé que no debo confiar en nadie, ni tan siquiera en mí.

Hoy puedo decir y reconocer que he vuelto a pecar de ingenuidad, una cierta inocencia que me ciega ante las personas y me hace ver sólo la bondad en cada una de ellas olvidando que todo el mundo tiene su lado oscuro, algunos más acentuado que otros. Sí, porque no todo el mundo es lo que aparenta ser; ni los malos son tan malos, ni los buenos son tan buenos. ¡Exacto! Ni los buenos son tan buenos... ¡Son peores! Se aprovechan de su imagen de “nunca he roto un plato”. Te sacan su mejor sonrisa, siempre tienen una bonita palabra para ti, te conquistan como persona, consiguen tu confianza, se convierten en tu hombro en el que llorar y luego... ¡Te la clavan! ¿Y cómo te la pueden dar sin tú esperártelo? Está claro, lo saben todo de ti; tus defectos y tus virtudes, tus miedos y tus valentías, tus amores y desamores, tus victorias y tus fracasos. ¿Por qué son así? Por envidia. Son personas con baja autoestima, sin personalidad, odian todo lo que tienen y desean todo lo que no pueden poseer. No se alegran de la felicidad de los demás, al contrario, desearían que todo les fuese mal, no soportan la idea de quedar en un segundo plano y destruyen todo lo que está a su paso. Son personas sin empatía, sin asertividad, personas que no aprendieron a amar.
Mientras tanto, yo, pequé de vanidad, pensé que lo controlaba todo y no fue así. Olvidé que la moneda siempre tiene y tendrá doble cara. Me traicionaron.
A pesar de mis múltiples conversaciones sinceras, directas y concisas, a pesar de no andarme con rodeos y a pesar de ser buena persona, me tomaron el pelo, se aprovecharon de la oportunidad que les otorgué durante años, la oportunidad de compartir mi día a día sin esperar nada a cambio. Me mintieron. Se jactaron de mi persona. Me ocultaron la verdad. Rumorearon sobre mí. Mal metieron en mi grupo de amigos para dejarme completamente sola, difamaron durante mucho, mucho tiempo. ¿Y qué consiguieron? Perder a una amiga de verdad, ¿pero sabéis qué? Me alegro, de hecho, estoy muy feliz ¡que les jodan a todos! Ellos no ganaron nada y yo conseguí quitarme la venda de los ojos, aprendí más psicología social y me hice más fuerte, más desconfiada. Maduré un poquito más y anoté en el diario de mi vida una experiencia nueva. Además, esta vez no lloré por la traición. Me dio pena por ellos, porque no supieron apreciarme, y me alegré por mí, porque hoy me deshice de gente que sólo ponía piedras en mi camino para dificultar mi avance.

Cuando te haces tan visible te conviertes en un blanco fácil. Nunca cuentes tus secretos, ni al que consideras tu mejor amigo. No confíes ni en la mujer que te trajo al mundo. No dejes que nadie sepa lo que piensas, porque sino estarás perdido. Evita que puedan utilizar tu vida contra ti. Sé cauteloso y selectivo. 

martes, 28 de agosto de 2012

A QUÉ HUELE LA MUERTE


Postrado en una cama sin movilidad alguna observo la ventana que ilumina la oscuridad de mis ojos, esos mismos ojos vacuos que una vez visualizaron el dolor de una batalla perdida.
Yo, aprendiz de aventurero. Ellos, guerreros con experiencia. Por aquel entonces no supe defenderme, no estaba preparado. La vida no te enseña con antelación estrategias para resolver problemas y conflictos, solo deja que caigas en numerosas ocasiones para levantarte en cada una de ellas y aprender en cada uno de ellas.
Lloras. Gritas. Huyes. Te encierras en ti mismo y resurges.
Yo nunca me levanté, me hundí en lo más profundo del olvido atrapado por esa sensación de vacío que mi propia mente creaba como castigo. En ese abismo, de amargura sin sentimientos de los que poder alimentarme, caí abatido y morí.
Ahora muerto en vida camino sin rumbo, sin esperanza. Me desplazo con desazón en una burbuja de humo producida por ese cigarrillo a medio terminar en el cenicero. Impregnado por el olor a ceniza mezclo mi esencia con desamparo y soledad, con olvido y melancolía, con suplicio y paz.
Hoy, condenado a vagar con este hedor anodino, cuento con ansia los días que faltan para desintegrar el material del que estoy hecho y así completar la fase de esta muerte de la que soy prisionero, pues ni siento ni padezco, sólo soy un bulto más al que enterrar.

miércoles, 8 de agosto de 2012

MÁS ALLÁ DE LOS SUEÑOS


Más allá de la concepción que podáis tener de mí. Más allá de la indiferencia que represente en vuestros pequeños sesos y en vuestras olvidadizas vidas no voy a claudicar porque me gusta ser así, diferente, única. Mi locura os confunde. Causo estragos en vuestras estúpidas mentes. Intentáis jactaros de mi imaginación cuasirreal, pero no lo conseguís. Ignoráis mis raudos y honestos consejos porque pensáis que proceden de una excéntrica que no sabe lo que dice. La diferencia os aterra y optáis por comer de vuestra propia basura como carroñeros. Mientras sofocáis el hambre con una fría sopa de letras y la sed con efímeros besos, los buenos actos sin lucro quedan olvidados en un cenicero medio roto. 
Yo seré egocéntrica, no tendré el mismo sentido de la coherencia que vosotros y a veces rozaré lo inviable, pero tengo suficiente independencia emocional, es decir, personalidad y empatía, como para saber que no he de reírme de eso que os hace ser tan vulnerables, vuestra ignorancia. 
Preparáis el camino para ser eternos olvidando la verdadera esencia de la vida y creyendo en algo que nadie ha alcanzado, la inmortalidad. Tantos esfuerzos, tanta falsedad, tanto sufrimiento para tener el mismo final que yo, la muerte.
Adoro lo que puedo apreciar y sentir; la brisa en mis mejillas, la arena en mis pies, el calor de una chimenea, la lluvia en mi ropa, el mar en mis huesos, el sol abrasando mi cuerpo, una simple caricia que activa mi libido, en definitiva, vivir. Vosotros, abrazáis lo que no sentís y tenéis lo que no amáis; falacias que habéis creado para tenerlo todo sin tener lo que verdaderamente deseáis, la felicidad.
Pensaréis que estoy inmersa en un trastorno y quizás tengáis razón, prefiero vivir en una burbuja de realidad antes que en un océano ficticio. 
¿Os gusta vivir en una mentira? Pues nadad más profundo, tan profundo que no podáis percibir la claridad, yo seguiré en mi burbuja alcanzando la superficie para sentir el aire que me hace respirar.

miércoles, 18 de julio de 2012

NUBES DE ALGODÓN

Ahora estoy aquí esperando alcanzar tu mirada, contando las horas que faltan para rozar el suave aroma que embriaga tu cuerpo, esa esencia que me hace olvidar todo lo demás cuando estoy junto a ti. Y sigo aquí ensimismado por tu recuerdo, reviviendo momentos que parecían ser eternos; vivía y sigo viviendo en tu universo.
Hoy camino entre nubes de algodón con dirección a tu corazón. Estoy nervioso, inquieto, no sé qué sucederá a partir de hoy. Escucho cada latido a medida que voy acercándome a tu destino testigo de la unión que se forjará esta noche entre nuestras almas a la orilla del mar. Solos tú y yo. Sólo sinceridad y amor. Ahí estás cuál ángel caído del cielo sin alas con las que poder volar, sin aureola que te proteja de todo mal. Aquí estoy yo regalándote mi felicidad aunque por ello tenga que prescindir de ella, pero sé que tú bienestar será el mío cuando toda esta guerra absurda acabe y entregues tus armas a un nuevo desafío, mi persona. No tengas miedo a lo desconocido, no tengo nada que pueda hacerte daño.
Lo siento si te besé y no debía. Siento si desmonté todo tu mundo cuando considerabas que no era oportuno, pero mis manos sanearán todas tus heridas, mis labios iluminarán tu camino y mi cuerpo protegerá tu esencia malherida. 
Ha llegado la hora de dejarte marchar y despedirme hasta la próxima vez que me necesites, que sientas la necesidad de compartir tu tiempo con alguien que sólo busca un poco de atención, comprensión y cariño. Y te digo adiós, quizás hasta pronto, pero regreso a mi hogar a través de esas nubes de algodón que un día hicieron que nuestros caminos se cruzasen. 
Me siento bien. Hoy soñaré.

viernes, 29 de junio de 2012

ESPERANDO AL AMANECER

Abrí los ojos y aún no había amanecido. La oscuridad de la noche no me permitía dilucidar los objetos de mi habitación y el silencio del ambiente me envolvía de nuevo en un cálido sueño. Quién sabe cuanto tiempo pasaría mientras soñaba con ángeles y orgías pero volví a despertarme al cabo de un rato y la oscuridad aún me invadía, el silencio me acompañaba y mi cuerpo tumbado yacía en mil almohadas.
Mientras esperaba que los rayos de sol entraran por las rejillas de mi persiana seguía viviendo aventuras inverosímiles en el mundo de los sueños y las pesadillas. Durante un instante fui un honorable caballero de armadura dorada en busca de su amada, hasta que sobre mi caballo blanco crucé el puente para entrar al castillo y me convertí en un personaje de videojuegos. Ahora apenas medía un metro veinte y mi piel de escamas verdosas se cubría, era un pequeño dragoncito que debía saltar de columna en columna para salvar a su bella reina, una dragona rosa de escamas plateadas. Tuve que enfrentarme con un gran robot metálico y cuando éste fue destruido salí ipso facto de la pantalla de la televisión para recuperar mi efigie natural.
Ahora era un butanero. Trajeado con pantalones grises y una camisa naranja trasportaba sobre mis hombros dos bombonas de butano para entregárselas a una señora de esbelta figura que subiéndose delicadamente el picardías de seda que tapaba sus apreciadas nalgas se insinuaba ante mi persona. Evidentemente no me resistí, sucumbí a sus encantos y me abalancé sobre ella como el cazador a su presa. La besé con intensidad y arrime mi entrepierna a sus caderas, estaba apunto del clímax. De repente, un estruendo interrumpió el tórrido momento; giré la vista hacia la ventana y en lo más alto de una torre rodeado de suciedad y ratas prisionero me encontraba. El desasosiego me superó; quise saltar al vacío para escapar de allí, entonces regresé a la vigilia.
Debían haber pasado tan sólo cinco minutos desde que conseguí dormir un poco, pues aún no había amanecido. Todo negro a mi alrededor, un mutismo aterrador y demasiado calor. Comenzaba a agobiarme. ¿Sería este mes de Agosto que no me permitía dormir del tirón? Mis párpados sudaban y mi cuerpo se había fundido en las sábanas como si fuera hierro en llamas. Daba vueltas en la cama sin espacio suficiente para encontrar un rincón fresco, la ansiedad me desvelaba y mi mirada al techo se dibujaba.
Esperando al amanecer mi mente, junto con su gran sapiencia (y no peco de vanidad), se puso a pensar, a imaginar, a crear. Comenzó a diseñar un mundo ideal, ya que a lo largo de mis veinticinco años de vida no había conseguido ser feliz, sólo lágrimas resumían la trayectoria del paso de mis días. Imaginé ser el protagonista de una novela épica que en sus andanzas jamás moriría, ganaría batallas y de honores me colmarían, conocería al amor de mi vida y con ella cinco hijos tendría, dos niños y dos niñas, preciosos como su madre e inteligentes como su padre. Imaginé que viviría hasta los ciento cinco años y que vería nacer a mis tataranietos y morir a mis hijos, sería un hombre fuerte que fallecería de vejez con la cabeza bien alta, orgulloso por su legado y su mandato.
También me imaginé siendo un auténtico vividor del siglo XIX, o lo que es lo mismo, un completo Don Juan; viviría al puro estilo de Edgar Allan Poe, fumando opio, yendo de putas y drogándome hasta la saciedad, eso sí, sin perjudicar a nadie. Viviría mi vida al límite, tendría algún negocio fructífero y sentaría la cabeza a los cuarenta años de edad para luego morir con cincuenta y seis pero satisfecho con todo mi recorrido vivido.
¡Buff! Seguía sin conciliar el sueño. La ausencia de claridad y el tic tac de mi reloj de muñeca me estaban matando de hastío. ¡Qué se haga de día YA! Las horas se demoraban demasiado y mi paciencia se había agotado. Era hora de levantarse del nidito de amor y hacer algo productivo, por ejemplo, pintar un lienzo o sacar a pasear al perro. Cuál fue mi sorpresa que cuando intenté incorporarme mi cabeza chocó contra algo, mis brazos no tenían espacio para alcanzar el interruptor de la luz y no podía girar mi cuerpo pues el reducido espacio de donde quisiera que estaba no me lo permitía. No encontraba la salida; me atinaba encerrado, tapiado, enclaustrado.
Comencé a palpar con mis manos los cuatro muros de los que me veía rodeado. Madera de pino, fría como un témpano y lisa como los voluptuosos glúteos de mi última pareja. Las sábanas eran muy suaves y bastante acolchadas, de ellas sobresalían unos pequeños bultos, seguramente los botones de las costuras. En un lateral noté el frío metal de lo que parecía ser una bisagra bien cerrada. ¡Me habían enterrado vivo! ¿Por qué? Quizás sufrí un ataque de catalepsia y no se percataron para mi desgracia de ese problema, o puede que mi depresión me aislara tanto de la realidad que provocó que mi alma abandonara mi cuerpo prematuramente. Dejé escapar mis juventud y no le di una oportunidad a mi futuro. ¡Socorro! ¿Hay alguien ahí? ¡Ayuda! No quería morir, de esa forma no. Intenté abrir el ataúd con la punta de mis pies y los nudillos de mis puños, pero todo fue en vano. Dejé clavadas mis uñas en la dura madera, la sangre salía a borbotones de mis dedos, los huesos de mis manos se partieron y el ambiente tosco comenzaba a dejarme sin aliento. Vociferé durante horas, quizá días. Mi cuerpo se debilitó. Grité. Lloré. Supliqué. Imploré. Hasta hice un pacto con el diablo pero de nada sirvió. Me rendí. Mis ojos llenos de tristeza exhalaron su último adiós y esperando al amanecer nunca se cerraron. 

lunes, 14 de mayo de 2012

PALABRAS

Al final las palabras sólo quedan en eso, palabras, una gran verborrea compuesta por promesas que luego quedan olvidadas como si nunca hubiesen sido dichas, y una tan ingenua que se las cree por su carácter profundo. Las palabras acaban siendo una gran mentira para solapar a las anteriores, sí más palabras.
Se pueden expresar de diversas maneras, escritas en papel, a ordenador, a máquina o simplemente habladas pero nunca son representadas, nunca hay hechos, de ahí a que sean mentiras, o ¿sólo es en mi caso?
Lo cierto es que siempre me han dicho, me han jurado, me han ilusionado con el objetivo de... no sé, supongo que de alimentar su tiempo pueril mientras me brillaban los ojos al leerlas, al escucharlas. Más tarde ese brillo comenzaba a desaparecer y mis párpados ocultaban el color del iris mientras mis ilusiones desvanecían por momentos pues había descubierto la verdad, sólo fueron palabras.
He dejado pasar acciones que hubiesen nutrido mi vida de experiencias para invadir mi mente de cuentos que pensaba que algún día se harían realidad, que algún día dejarían de ser sólo una fantasía. No sé cuál es el objetivo de tanta retahíla si no obtienen nada, si no obtengo nada. Quizás la culpa de todo no fue de ellos, yo permití que llegaran a mis oídos y a mi vista, me hacían feliz en ese momento y sólo me arrepentía con el paso del tiempo cuando veía que no se cumplían, cuando mis días amanecían siempre nublados.
Ahora soy yo quien plasma letras que forman más vocablos ¡qué ironía! La diferencia es que yo no prometo nada, sólo reflejo la verdad de la mentira, sólo intento deshacerme de esas farsas y dejar de creer en el abecedario, mi cometido es volver a creer en hechos.

Me parece increíble la cantidad de mentiras que una persona puede soltar por la boca, al igual que me deja estupefacta que dicho sujeto comparta la misma sangre que uno. 
Perdonamos traiciones que luego se vuelven a repetir para volverlas a perdonar, ¿o me equivoco? ¿Cuántas veces habéis perdonado a la misma persona? Yo, decenas.
Hace poco aprendí viendo la película "El Padrino, Parte II" que si te traicionan una vez la culpa es de los traidores, pero que si te traicionan dos veces la culpa es tuya por permitirlo. El Padrino llegó a matar a su propio hermano para así asegurarse de que no volvería a traicionar a la familia, así que de la misma forma que el Padrino se deshizo de la manzana podrida que estaba contagiando al resto de frutas, yo me deshice de la lacra que malmetió en mi vida durante años, ¡ey, no penséis mal! Mis manos no están llenas de sangre, simplemente puse distancia de por medio, pues no hay mayor desprecio que la ignorancia.
Hoy puedo decir que soy completamente feliz y que mi vida sólo la están compartiendo los que se la han merecido gracias a la sinceridad, honestidad y bondad de los mismos.

sábado, 5 de mayo de 2012

VEINTE MÁS

Salió de aquel sitio con la sensación de que le habían tomado el pelo, no comprendía cómo un par de cartas al azar podían adivinar la edad de su futura pareja, ¿dónde estaba escrito eso? ¡Habladurías!” - Pensó.
Ella sólo quería saber si su futuro iba a ser fructífero, si tendría unos hijos sanos y si su vida amorosa sería estable y digna de un cuento de hadas, pero no, la vieja esotérica se centró en la edad de su hipotético novio y el cambio que éste produciría en su apacible y monótona vida. “¡Menuda estafa!”. - Balbuceó mientras iba camino a casa.
 Siempre había sido una chica con unos ideales muy arraigados en cuanto a temas de amor se refería. Su hombre ideal debía tener entre dos y siete años más que ella, de estatura media, complexión atlética y carente de bello corporal. También tendría que tener una carrera universitaria, un trabajo asentado y ser todo un caballero. Sí, así se imaginaba a su ficticio marido, "el hombre perfecto". Quería satisfacer el deseo de sus padres de conseguir un buen yerno para ellos y tener una imagen encantadora para el resto de la sociedad, una imagen nada fuera de lo común que le permitiera pasar desapercibida sin rumores de por medio y a la vez que fuera muy especial para ella.
 - ¡Ey, cuidado! ¡Mira por dónde vas!. - Le gritó a un señor trajeado que iba hablando por teléfono totalmente despistado.
- ¡Qué se creerá!- Caviló. La gente mayor cree que pueden mirarnos por encima del hombro y pisotearnos sin escrúpulos.
- Le ruego que me disculpe bella señorita, la vi de lejos y no pude evitar tropezarme con usted buscando una excusa para conocerla. – Alegó el caballero de una forma muy seductora. Sorprendida por la respuesta del desconocido galán agachó la cabeza y sonrojada pidió disculpas por su mala gana, nunca nadie le había entrado con tanto descaro y a la vez con tanta educación. En cualquier otra circunstancia hubiese pensado que es el típico viejo verde acomplejado por su edad que intenta recuperar su juventud acostándose con chicas a las que le dobla la edad, pero esta vez no presintió nada de eso, había algo en sus ojos que la hechizaban. - ¿Estás bien? No quise ser demasiado atrevido, pero siempre hago caso a mi intuición y en esta ocasión me dijo que debía conocerte, y nunca me gusta llevarle la contraria.
- Supongo que mi intuición o el propio destino también quiso que nos encontráramos hoy en el mismo camino. – Le contestó ella sin apartar la mirada del claro iris de sus ojos.
No era joven, no estaba atlético, no tenía hecha ninguna carrera universitaria y tenía bellos en todo el cuerpo menos en donde tenía que tenerlos, en la cabeza. Eso no le impidió querer conocerlo, había algo en él que la atraía, era muy diferente al resto. A partir de ese día pasaron juntos todas las tardes a escondidas; tomaban café, compartían risas y debatían sobre política.

La estudiante estaba muy a gusto con él y se sentía protegida. Sus vidas no tenían ningún parecido pero eran extrañamente iguales; ambos cansados de una sociedad ignorante que se rige por estereotipos y ambos deseosos de encontrar la perfección en una relación. Seguían pasando los meses y su amistad aumentaban, no podían plantearse una vida en el que el otro no estuviera; la juventud aportaba a la madurez y la madurez aportaba a la juventud, los dos unidos formaban un perfecto equilibrio.
Dieron un paso más, querían fundir sus almas y hacerlas invencibles, hacerlas eternas. Entre el mar y la playa hicieron el amor bajo un cielo estrellado que se convertiría en testigo de la más sincera y bella relación, sin miedos, sin prejuicios, olvidando el que dirán y sintiendo a través del corazón pero con una pequeña diferencia entre ellos; ella con diecinueve años y él con veinte más.

lunes, 16 de abril de 2012

UNA PESADILLA FACTIBLE

Paseo de madrugada junto a mi perro por calles apartadas, con música en mis oídos y con mirada cansada. De repente, dos indigentes con aspecto demacrado se acercan a mi persona suplicándome limosna. Yo jamás pierdo el tiempo en otorgarles ni un céntimo, no quiero que gasten mis ahorros en drogas y vino, si acaso les ofrezco mi desayuno como buena ciudadana que soy, pero evidentemente a las dos de la noche no tengo ningún tipo de alimento que ofrecerles. No me demoro más y sigo avanzando por este callejón. Mientras escucho mis canciones de épica clásica pienso, imagino y reflexiono acerca de las vidas tan inmundas que han debido llevar estos pobres desgraciados para quedarse en la puta calle, para que ni un solo familiar los acoja en sus hogares, ni un amigo, ni un conocido, nadie. ¡A la puta calle!

Cuando alguien cae en las drogas y en el alcoholismo, cuando alguien ha robado y ha sido un maltratador, un mal padre, un mal hijo, cuando alguien ha estafado a su mejor amigo y niega la verdad, cuando ha rechazado la ayuda de sus allegados y no ha sabido pedir perdón, entonces ese inepto es cuando se queda a la intemperie con la única compañía de su sombra. Nadie quiere hacerse responsable de esas personas que tanto odio han cosechado cuando lo tenían todo. Los que antes eran sus confidentes ahora los olvidan, olvidan que un día compartieron el mismo techo, la misma comida, los mismos besos. Se han quedado solos, durmiendo en cartones malolientes y defecando las mierdas de sus vidas pasadas en cacerolas oxidadas. ¿Sabéis qué? No me entristecen, cada uno tiene lo que se merece. Si no hubieran malgastado el dinero en alcohol y drogas, si no hubieran robado, si hubieran sido unos buenos padres y unos buenos hijos, si no hubieran estafado, si hubiesen sabido pedir ayuda y pedir disculpas, ahora no serían escombros olvidados en las esquinas de las iglesias, en parques, en hospitales y en los bancos de tu barrio.
¡Guau! ¡Guau! El ladrido de mi perro disipa mi lapsos crítico. Vuelvo a la realidad.
La oscuridad de la noche oculta la maldad de esta tierra infame, oculta los restos de agujas con SIDA y condones usados, oculta los restos humanos de vidas pasadas, oculta la cruda realidad. Yo, una persona más entre tantas, me limito a observar el panorama que me ofrece este ambiente lúgubre.
Prostitutas medio desnudas ofrecen su cuerpo a cambio de cincuenta míseros euros. Yonkis escuálidos con un pie casi en la tumba esperan en cada esquina a sus camellos para comprar unos tristes gramos de cocaína o heroína. Un proxeneta arrastra de los pelos a una de sus putillas por todo el descampado y la obliga a hacerle un trabajito gratis. Un coche de policía pasa por al lado de un grupo de transexuales y las suben al coche, y no precisamente para llevarlas a comisaría. Adolescentes inexpertos deambulan por el infierno esnifando pegamento y buscando alguien que tenga cocaína para vender. A lo lejos, veo a un compañero de trabajo pagando a un chapero menor de edad y regresando a su vehículo como si no hubiera pasado nada, ¡me repugna! A su vez, sale de un callejón un vecino mío, padre de familia, después de haber echado una canita al aire con una mujer de vida alegre que no parece ser muy limpia, además, se va sin pagarle y la tira al suelo de una bofetada. No puedo creer que gente de mi propio entorno carezca de escrúpulos y se aproveche de los más indefensos y necesitados, no puedo creer que sean tan ruines y déspotas. No puedo creer que conviva con ellos.
El paisaje es desolador, no se respira ni un hálito de humanidad. No quiero que este espectáculo bochornoso se extienda por los alrededores de mi ciudad, debemos exterminar el carnaval de sodoma y gomorra de la faz de la tierra y así crear un mundo en el que podamos respirar y vivir en paz. Tengo que despertar de esta pesadilla.

miércoles, 22 de febrero de 2012

MI PEQUEÑO OLVIDADO

Era joven y como cualquier chico de su edad sus ansias de popularidad eran obvias; necesitaba eludir el control de sus creadores, apelaba a los brazos de su mejor amigo cuando todo le abrumaba, callaba sentado para evadirse de la ignorancia de sus allegados, reprimía la caída de sus lágrimas por simple orgullo, se escondía tras la puerta de su habitación cuando sentía que pasaban de él, exageraba su entusiasmo para llamar la atención de aquellos que un día lo olvidaron. Quiso ser inmune a la ignorancia, creyó ser imprescindible para aquellos que lo rodeaban, no le bastaba con ser importante para las personas que lo respetaban, quería ser importante para todos, incluso para los que se burlaban de él y lo rechazaban. Olvidó que el amor había que sentirlo y crearlo, que había que donarlo y regalarlo, olvidó cuidar de la gente que lo amaba, olvidó regar su propio jardín.
Su rebeldía aumentó. Rompió los sueños de la que un día lo amó, derribó castillos hechos con piezas de su pasado, insultó a su persona y repudió sus raíces, cortó con tijeras el hilo que lo unía a las cosas buenas de la vida, dejó de ser él. Su carencia se acrecentó. Todo lo que hacía para estar más cerca de sus iguales contradictoriamente lo alejaba de ellos, los abrazos desaparecieron, ya nadie le reía las gracias, los elogios destacaban por su ausencia y la soledad comenzó a ser su única acompañante en las noches más frías. Se sentía solo en un mar de incertidumbre, no sabía llegar hasta la orilla de la verdad y su desorientación se incrementaba por segundos, pensó que nada tenía que hacer y que nada podía hacer por salvar lo poco que quedaba de él, estaba perdido.
Intentó buscar el camino de vuelta a sus orígenes, pero todo fue en vano. Perdió el sentido de la cordura, perdió el respeto de los demás, se alejó de los suyos y se acercó a la oscuridad. Se hizo amigo del hastío, amante de la desesperanza, compañero de la represión, marido de la desolación, se refugió en el polvo de su propia miseria y se dejó dominar por el insomnio.
Las noches que pasó en vela las dedicó a ver y reconocer sus propios errores; no había sido honesto consigo mismo, no había valorado todo lo que había poseído, no respetó a nadie y tampoco nadie lo había apreciado porque no dio la oportunidad de que lo conocieran tal y como era, se había convertido en un baúl cerrado que ni él mismo podía abrir para descubrir lo que guardaba en su interior. ¡Mandita sea! Ahora se arrepiente de todo el tiempo que dejó escapar entre sus manos y que hubiese sido suficiente para encontrar un halito de esperanza entre tanta confusión, pero el tiempo que perdió no lo supo recuperar. Ahora ha vuelto a la auténtica realidad, a la realidad de los seres vivos; ha descubierto quién es, su corazón deja de latir y muere de pena al recordar que todo lo que había vivido había sido una utopía, no era más que un triste juguete roto que un día olvidaron jugar con él y que soñaba que podía respirar y hablar, que soñaba que tenía corazón y que podía amar.

Mi pequeño olvidado, el amor estaba en ti porque sentías la necesidad de amar y ser amado, estabas vivo en tu interior porque simplemente sentías como los humanos.