Siempre llego tarde. Nunca es el
momento; aparezco un minuto después o me marcho un segundo antes. Me cruzo de
forma inoportuna y me quedo en el lugar para grabar mi huella con sangre.
No me
quieren dejar y, sin embargo, no se quedan conmigo porque siempre llego tarde.
Soy la que entrega el alma con tique de devolución. Siempre el mismo principio,
el mismo final. Vivo encerrada en un triángulo sin más opciones que la de
revivir episodios que se repiten a lo largo del tiempo, y es que a pesar de que
cambie de jugada siempre me tocan las mismas cartas. Nunca tengo una buena
baraja, no soy afortunada en el juego. Quizás el problema resida en mi aura, no
nací para ser de nadie. No soy la pieza de ningún puzle incompleto. No soy un
polo opuesto ni un roto para un descosido. Ni siquiera soy un hombro sobre el
que llorar, siempre hay otro más confortable que ha llegado antes.
Nunca llego
a tiempo; soy puntual pero mi reloj debe estar estropeado. Vivo atrapada en el
pasado. Mi cuerpo envejece pero mi camino sigue siendo corto, tan corto que
puedo ver el primer paso que di. Puedo calcular cada opción, cada elección y
cada consecuencia, la regla de tres que nunca falla en mi vacuo y negativo
resultado. ¿Para qué voy a cambiar mi dirección si no pertenezco aquí?
Está
claro que soy un bicho raro y aunque conjugue mil verbos siempre sonarán igual... A fracaso.
No encajo aquí y es por ello que nadie es para mí y yo no soy para
nadie. Siempre llego tarde, nunca es el momento; aparezco un minuto después o me
marcho un segundo antes.