Soledad Sin Calzada
C/ San Vacío, nº Ninguno
CP/ 13666
En San Francisco, a 7 de Agosto de 1969
Querida Cristina, qué decir que ya no sepas, porque allí estabas tú.
Sola, así era como pasaba las horas antes de conocerte.
En un banco del parque desayunaba todas las mañanas acompañada por el cantar de los pájaros y el murmullo de la gente que pasaba por mi lado con cara desencajada. Allí estabas tú, pero yo inmersa en mis fantasías no notaba tu presencia; mi manía persecutoria te borraba de mi foco perceptivo. Voces que decían, voces que criticaban, voces y más voces que me dañaban. ¡Maldita sea! ¿Por qué no se callan? Más gente y a su vez más voces. No conseguía verte, el zumbido de un mosquito me distraía y el llanto de un niño me irritaba. ¿Por qué no se calla?
Sonó la campana. Agitada me levanté, me dirigí a clase y allí estabas tú, sentada, mirándome fijamente, parecías llamarme con tu silencio, y así fue. Me senté a tu lado alejadas del resto de la clase. ¡Qué agradable! Al fin alguien que no decía, que no murmuraba, que no criticaba. Te miré. Me miraste. Te sonreí. Me sonreíste. Agachando la mirada sonrojada sentí tu aliento recorrer todo mi ser. Hasta ese momento no recuerdo una sensación tan hermosa como tu resuello en mi cuello; una brisa fresca que me llenaba de energía y paz interior. A partir de ese día nos hicimos inseparables, tú, yo y mis historias inalcanzables. Ya no volví a desayunar sola en aquel parque. Estaba contigo acompañada por las voces de esos primates; voces que decían, voces que criticaban, voces que reían pero ¿por qué no se callan? Y ahí estabas tú. Me hacías olvidar aquellos sonidos virulentos que penetraban en mis sentidos. Me rozabas la mano y erizando toda mi piel calmabas mi ser más inicuo, ese que estaba deseando salir para cometer el mayor de los pecados.
Pasamos largas horas en casa frente al espejo. Me peinabas. Te peinaba. Me sonreías. Te sonreía. Siempre estabas ahí cuando lo necesitaba. Eras la única que me escuchaba, que me entendía, que me aconsejaba.
Dibujábamos paisajes en las paredes mientras las voces de mis padres decían, murmuraban, gritaban. “¿Qué estás haciendo?” “¡Para!” No necesitaba a nadie más, ni siquiera a mi familia, todos representaban un incordio. ¿Por qué no me dejaban ser feliz a tu lado?
Quisieron separarme de ti. Pensaban que estaba loca, que por hablar contigo había perdido toda la cordura. Aún así nos veíamos de vez en cuando pero nuestros encuentros se iban reduciendo a medida que pasaba el tiempo, esas pastillas del diablo me hacían olvidar todo tu recuerdo. No lograba recordar donde quedábamos, a qué hora te veía, a qué hora nos despedíamos.
Dibujábamos paisajes en las paredes mientras las voces de mis padres decían, murmuraban, gritaban. “¿Qué estás haciendo?” “¡Para!” No necesitaba a nadie más, ni siquiera a mi familia, todos representaban un incordio. ¿Por qué no me dejaban ser feliz a tu lado?
Quisieron separarme de ti. Pensaban que estaba loca, que por hablar contigo había perdido toda la cordura. Aún así nos veíamos de vez en cuando pero nuestros encuentros se iban reduciendo a medida que pasaba el tiempo, esas pastillas del diablo me hacían olvidar todo tu recuerdo. No lograba recordar donde quedábamos, a qué hora te veía, a qué hora nos despedíamos.
Dejamos de vernos. ¿Qué pasó? ¿Dónde estás? Te echo de menos.
Estoy entre cuatro paredes blancas, otra vez sola.
¿Cuándo fue la última vez que estuvimos juntas? No lo sé, no lo recuerdo.
¿Y mi familia? ¿Por qué no sé nada de ellos? ¿Qué está sucediendo?
¿Cuándo fue la última vez que estuvimos juntas? No lo sé, no lo recuerdo.
¿Y mi familia? ¿Por qué no sé nada de ellos? ¿Qué está sucediendo?
Voces extrañas procedentes de gente con bata blanca hablan, murmuran. Dicen que presento ideas delirantes, alteración de la percepción, distorsión del pensamiento, aislamiento, negación de la realidad y abulia; diagnóstico, esquizofrenia paranoide.
Hace poco me regalaron un espejo por mi buen comportamiento y... te vi, ¡eras mi reflejo! ¡Sabía que no me abandonarías! Ahora cada mañana al despertar me dirijo al gran cristal que hay colgado en la pared para poder estar contigo. Me pongo justo enfrente y ahí estás. Te miro. Me miras. Te sonrío. Me sonríes. Agacho la mirada sonrojada y recibo un hálito de aire en mi cuello que me alegra la mañana. Estoy feliz porque sé que existes, yo te veo pero nadie lo admite. Quizás andan más preocupados en las voces que dicen, que critican, que murmuran al igual que hacía yo antes.
He dejado de tomar esos caramelos de colores que me borraban tu recuerdo. Ahora soy feliz porque estás aquí, callada, sin decir nada.
He dejado de tomar esos caramelos de colores que me borraban tu recuerdo. Ahora soy feliz porque estás aquí, callada, sin decir nada.
Porque creo y creeré en ti.
Soledad Sin.