Llegó un punto de inflexión en su vida.
- ¡No aguanto más! – Gritó sin más oscilación. Había sobrepasado el umbral de su paciencia, todo le irritaba y nada le satisfacía.
Suspensos, rupturas, discusiones, fracasos y demás adversidades oprimían su persona. La falta de energía se apoderó de él y el desasosiego se había convertido en una pieza imprescindible en su vida. Dejó atrás todos sus triunfos e ilusiones; su carrera, su trabajo, su afición por el deporte, las fiestas con sus amigos, en definitiva, olvidó vivir.
Se encerró en su habitación con una botella de ron y las lágrimas comenzaron a caer.-¡A la mierda todo! ¡Necesito huir de aquí! – Su mente repetía y repetía.
Y así pasaba los días, aislado, autodestruyéndose con alcohol y maría.
Mientras su mundo avanzaba él permanecía congelado en el tiempo, sin evolucionar, quieto, tan sólo el cantar de las golondrinas le recordaban que seguía en el mundo real.
- Ten fe – Le susurró una voz aterciopelada. – Ten fe y todo irá mejor.
Acongojado se levantó de las congeladas baldosas de su cuarto y buscó aquella voz por todas las estancias de su casa; miró debajo de la cama, rebuscó dentro del armario, se asomó detrás de la puerta, observó por la ventana pero nada, no había nadie, ni un solo indicio de la procedencia de aquella voz.
- ¿Será verdad que existe algo sin una base empírica? ¿Por qué no creer en hechos inexplicables? ¿Por qué no tener esperanza? – Se preguntaba mientras aún asimilaba lo sucedido entre aquellas cuatro paredes blancas.
Abrió la puerta de la entrada y descalzo comenzó a caminar por el frío asfalto. Aceleró sus pasos. Echó a correr, quería huir de allí. Quería huir de él mismo.- Tanto tiempo malgastado por mi incompetencia y por no haberme ocupado en conocer mi interior que perdí todo cuanto quería por no ser paciente y no saber actuar. – Pensaba cuando comenzaron a caer sus primeras lágrimas de felicidad.
- ¡Creí que todos estaban en contra mía pero era yo mi único enemigo! – Gritaba mientras sus pies ensangrentados lo llevaban al camino destinado.
Y llegó, llegó a su destino, la playa. Introduciendo su cuerpo en las frías aguas del mar comprendió que no debía huir, que no debía lamentar sus fracasos sino aprender de ellos y utilizarlos para alcanzar nuevas metas, porque la felicidad no se encuentra en los demás sino en uno mismo siempre y cuando se tenga fe.
Empapado regresó tras sus pasos y de nuevo se encontraba en su habitación pero esta vez rodeado de todos sus seres queridos y narrando la experiencia que le había llevado a creer de nuevo en él. La sonrisa volvió a su rostro y la energía recorrió todo sus sentidos. Ya no había opresión ni hostilidad, sólo tranquilidad y paz.