Tantos meses esperando este momento; tantas horas dedicadas a leer cada una de tus palabras; tantas historias contadas que forjan una complicidad única; tantos días perdidos a través de la pantalla sin poder disfrutar de tu presencia, y ya ha llegado la hora. Me pongo mis mejores galas, me embriago de mi perfume favorito, saco mi mejor sonrisa y reflejo en el espejo los nervios de esta primera vez. Bajo las escaleras como si se tratase del día de mi boda, con ese brillo especial en mis ojos y el balbuceo de mis tripas. El camino hacia nuestro encuentro se me está haciendo eterno.
Aquí estoy, sentada en un banco esperándote con la sola compañía de esa farola encendida a media noche. Sé que no vendrás solo, que tus caballeros te acompañaran como buen anfitrión que eres.
Mirada enfrente y comienzo a dilucidar tu silueta y esa bufanda roja que te hace resaltar por encima de los demás. Mi cuerpo empieza a reaccionar; aumenta mi ritmo cardíaco, la sudoración se apodera de mis manos y un calor inmenso penetra en mi cabeza, creo que me voy a desmayar.
Te acercas con el más hermoso retozo, me levanto y nos damos un abrazo intenso, ¡al fin te conozco! Había esperado tanto este momento que me he quedado sin palabras, sólo disfruto de la ternura de tus brazos, tu pecho y ese aroma de hombre que comienza a penetrar todos mis sentidos.
Bien, ¿y ahora qué hacemos? Saludo a cada uno de tus amigos con la simpatía que me caracteriza; todos parecen estar encantados con mi presencia, recibo besos y halagos y no por mi físico, sino por mi persona que llena aún más. Entre tanto varón debería encontrarme incómoda, pero ni mucho más lejos, están atentos a mí, me tratan con respeto y educación, y comparten sus experiencias conmigo esperando una contestación recíproca por mi parte, todo eso me hace sentirme bien, especial, única.
Y ahí estás tú, intentando acaparar mi atención con tu conversación; intuyo que estás celoso, que esperabas que mi tiempo sólo lo compartiera contigo dejando de lado a tus amigos, pero no te equivoques, no soy así; no necesito depender necesariamente de una sola persona si estoy rodeada de más gente, me gusta transmitir y compartir.
Sé que piensas que no te estoy mostrando todo mi ser, por eso te pido que nos vayamos tú y yo a tomar una copa si quieres conocerme mejor.
Ya estamos solos, bueno, rodeados de personas desconocidas que permanecen ajenas a nuestro primer encuentro. Nos miramos tímidamente; nos sonrojamos; no sabemos qué decir y comienza mi gran verborrea de anécdotas. No puedo parar, quizás sea producto de mi nerviosismo o del alcohol que está empezando a hacerme efecto, pero me muestras que disfrutas con mi compañía, que sonríes, que eres partícipe de mis conversaciones y eso me motiva a seguir relatándote.
De repente, me dices que salgamos a la pista a bailar. Bailamos. Reímos. Rozas tus labios con los míos y nos besamos. Estoy más tranquila; me siento protegida y sé que me vas a respetar, que no soy una más y lo sabes.
De repente, me dices que salgamos a la pista a bailar. Bailamos. Reímos. Rozas tus labios con los míos y nos besamos. Estoy más tranquila; me siento protegida y sé que me vas a respetar, que no soy una más y lo sabes.
Apagan la música; encienden las luces.
Las siete de la mañana.
Hemos perdido la noción del tiempo, lo que demuestra que nos hemos causado muy buena impresión en persona.
Hemos perdido la noción del tiempo, lo que demuestra que nos hemos causado muy buena impresión en persona.
Me acompañas hasta la puerta de mi casa. Nos damos dos besos de despedida y un abrazo. Me dices que te lo has pasado muy bien conmigo y que quieres volver a verme... pero eso ya es otra historia.